8 de octubre de 2013

El último concierto



Yaron Zilberman
Yaron Zilberman es autor de un documental  (Watermarks , 2004) sobre el club judío Hakoah Viena y su equipo de nadadoras a las que la ocupación nazi de Austria en 1938 obligó a huir. En ese documental Zilberman reúne a algunas de esas nadadoras en la antigua piscina de Viena donde entrenaban y, Según Filmaffinity, "A través del testimonio de estas campeonas del agua, el espectador es transportado a una historia de memorias de juventud, fuerza y valentía." No he visto el documental en cuestión así que no opino. Este El último concierto es, por tanto, su segundo trabajo y el primero de ficción, y como el anterior está también coescrito por el propio Zilberman. Tomando como punto de partida el problema que la situación personal de uno de los miembros de un cuarteto de cuerda crea en el grupo, el director se zambulle en un más que previsible conflicto, tanto en el planteamiento de la anécdota  como en su tratamiento cinematográfico. Y no es que sea una mala película, El último concierto, aunque algo en ella resulta frustrante: promete más de lo que ofrece, adolece de falta de concreción, sus personajes resultan más banales que complejos, y es ahí, en el dibujo de los personajes donde quizá esté lo más flojo de esta, por lo demás, a ratos interesante historia. Lo que pasa es que ese defecto es mortal en un relato que se quiere precisamente de personajes. Esa indefinición hace que en algunos momentos sus reacciones no queden debidamente explicadas y resulten aparentemente caprichosas y arbitrarias. Toda la historia se asienta, se supone, sobre la relación de estos personajes con la música y los escondidos conflictos personales que una situación anómala destapa. Pero, dejando aparte la circunstancia personal del chelista, todo se reduce a una mal explicada frustración personal, a una  excesivamente subrayada obsesión por la perfección técnica... y poco más. En lo formal, las transiciones entre las diferentes subtramas argumentales son en exceso bruscas casi siempre, lo que da lugar a una cierta arritmia en el conjunto de la narración que perjudica a la coherencia interna de todo el relato, confiado en demasía al buen hacer de los intérpretes que se desenvuelven lo mejor que pueden con unas historias tan anodinas como estereotipadas. Véase: el adulterio o la seducción del viejo por la jovencita.


Por otro lado, Zilberman abusa un tanto de los primeros planos, de una duración extrema en ocasiones, lo que da un aire demasiado discursivo y moroso a situaciones que hubieran necesitado algo más de dinamismo, o por lo banal de la escena o por la lógica del propio relato. Ocurre también el caso contrario, como si el director no acabara de tener claro qué quiere contar ni cómo quiere contarlo. Por ejemplo: uno de los momentos de mayor intensidad emotiva de toda la película es un (otra vez) primer plano de Christopher Walken sobre el fondo sonoro de La canción de Marietta de Die tote Stadt, de Erich Korngold, en la voz maravillosa de Anne Sofie von Otter. Walken da una lección magistral a cara descubierta, una lección estremecedora, de dolor, de soledad extrema, de aceptación también. Y Zilberman corta ese momento de cine purísimo para insertar una banal escena con la visón de la esposa del personaje, muerta tiempo atrás. Y si en lo personal nada hace que el espectador se sienta realmente concernido con lo que le están contando, en lo musical ocurre otro tanto, con lo que utilizar una obra del calado ético y la densidad expresiva del cuarteto Op. 131 de Beethoven se antoja un tanto excesivo como subrayado musical de ese cúmulo de pequeñas mezquindades: le van mejor ese puñado de tópicas frases que salpican la película. El propio final de la película se antoja un tanto forzado y poco creíble a pesar de su previsibilidad, con una brusca caída en la sensiblería más facilona. Se salva, claro, la actuación de los intérpretes, aunque tampoco tengan mucho de donde sacar en unos personajes más que tópicos.  Y no es que El último concierto sea una mala película, ya queda dicho, es sólo una película que cuenta de forma anodina historias anodinas disfrazadas de grandeza. Lo malo es que esa grandeza está sólo en la imaginación del director-guionista y sólo en una ocasión, el ya mencionado plano de Christopher Walken, apunta lo que hubiera podido ser pero, definitivamente, no es este frustrante concierto.




Ficha:
Título original: A late Quartet
Año de producción: 2012
Duración: 105 min.
País: USA
Dirección: Yaron Zilberman
Guión: Seth Grossman, Yaron Zilberman
Música: Angelo Badalamenti
Fotografía: Frederick Elmes
Reparto: Philip Seymour Hoffman,
               Catherine Keener,
               Christopher Walken, Mark Ivanir,
               Imogen Poots, Wallace Shawn,
               Madhur Jaffrey, Liraz Charhi,
               Megan McQuillan, Marty Krzywonos
Género: Drama