17 de mayo de 2013

El hombre tranquilo


John Ford
Re-estrenada hace unos meses tras una minuciosa restauración (fotograma a fotograma, nos informa la publicidad) que la ha dejado tan tersa y brillante como si estuviera recién rodada en el más radiante sistema digital, vuelve El hombre tranquilo, una de esas películas que siempre se califican de míticas y que ha dejado en la historia del cine no sólo una amable comedia sino ese verdaderamente mítico (para los coleccionistas de mitologías casi siempre extracinematográficas) Inisfree, el idílico pueblo irlandés al que regresa ese Sean Thornton/John Wayne en busca de (y huyendo de) su pasado. John Ford abandona aquí sus desiertos, sus cowboys y sus dramas sociales para retomar un género al que ya se había enfrentado en fecha tan temprana como 1920 con Just Pals (Buenos amigos) o Kentucky Pride (Sangre de pista, de 1925.) Con esta aventura irlandesa en esa Irlanda siempre el país de sus nostalgias y sus añoranzas, Ford consigue si no una obra maestra a la altura de sus trabajos mayores, sí un amable entretenimiento en el que recrea un pueblo quizá un punto excesivamente idealizado incluso para una nostálgica comedia romántica. Pero las imágenes discurren con fluidez, como se debe esperar de Ford; el guión traza un amable camino sin dificultades para un maestro de su talla; los personajes son, si no creíbles, al menos lo suficientemente simpáticos (incluidos los villanos, casi tontos, de tan ingenuos) como para resultar encantadores hagan las necedades que hagan. La anécdota sobre la que se sustenta esta liviana historia es, quizá, lo más flojo de la función y el personaje de Maureen O’Hara debería poner en pié de guerra a las feministas, aunque ese aire de ligera superficialidad con el que todo ocurre haga que nadie se haya tomado en serio lo que es uno de los filmes más machistas que yo he visto últimamente. 


El digital lavado de cara a que ha sido sometida hace que la película entera tenga un aspecto aún más kitsch de lo que seguramente merece, pero esa es la impresión que da: la de algo anticuado a lo que se le ha quitado el polvo para dejar ver los colores estridentes de ese ya un poco ajado technicolor… Lamento no poder estar de acuerdo con todos esos añorantes de los buenos viejos tiempos (sea eso lo que sea) que siguen hablando de la frescura que respira este hombre tranquilo sin darse cuenta del olor a naftalina que desprende, o que se extasían ante la belleza de ese más que irreal Inisfree. La película se ve bien, sí, pero quizá habría que ser un poco más exigente con alguien que ya había rodado Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940) o Qué verde era mi valle (How Green Was My Valley, 1941.) Y ni siquiera las convincentes interpretaciones de los actores (siempre ligeramente sobreactuados casi todos) consiguen evitar ese sentimiento de estar ante algo insustancial que desprende todo el film. Bonita, pero sólo eso, la banda sonora del siempre eficaz Victor Young. Una película, en fin, a la que habría que quitar algunos superlativos y dejarla en lo que es: una comedieta sin mayor trascendencia y en la que todo es ligero: hasta el aburrimiento que produce. 



 
Ficha:
Título original: The Quiet Man
Año de producción: 1952
Duración: 129 min.
País: USA
Dirección: John Ford
Guión: Frank S. Nugent, John Ford
Música: Victor Young
Fotografía: Winton C. Hoch & Archie Stout
Reparto John Wayne, Maureen O'Hara,
               Barry Fitzgerald, Ward Bond,
               Victor McLaglen, Jack MacGowran,
               Arthur Shields, Mildred Natwick
Género: Comedia