25 de enero de 2013

Desayuno con diamantes

Blake Edwards
Nunca he probado los diamantes, pero me da la impresión de que deben de ser bastante indigestos, sobre todo en el desayuno. Que es lo que pasa con esta película: que acaba resultando bastante indigesta, porque mucho me temo que estamos ante otro de esos filmes cuyo prestigio está muy por encima de sus méritos. Considerada una de las comedias sofisticadas (sea lo que sea eso)  más emblemáticas de su director, está basada en una novela de Truman Capote que es, desde luego, mucho más dura con sus protagonistas y con el ambiente en que se mueven de lo que la película deja entrever, por lo que fue convenientemente aligerada en un guión construido a la mayor gloria de Audrey Hepburn; de hecho, al serle adjudicado el papel, inicialmente pensado para Marilyn Monroe,  se cambiaron numerosos detalles que ablandaron la anécdota. (Por ejemplo: inicialmente la protagonista es bisexual y su profesión de prostituta de lujo es evidente.) Y  en eso radica el mayor problema de esta función, porque el personaje de Holly Golightly es tan irreal y está tratado con tanta superficialidad que acaba resultando más irritante que atractivo. Y sin embargo el film arranca con una de las secuencias más sugerentes del género: esa mujer elegantemente vestida que come un bollo al amanecer y toma un café en vaso de plástico mientras contempla los escaparates de la lujosa joyería Tiffany’s.  Lamentablemente eso es lo único bueno: a  partir de ahí la historia se despeña por el abismo de lo absurdo, no hay ninguna lógica en el desarrollo de una acción que se mueve entre lo alocado y lo caótico, nada sucede porque la coherencia interna de la narración lo exija, sino porque hay que acumular situaciones cuanto más frívolas mejor (ay, si Lubitsch levantara la cabeza…) para que Audrey Hepburn pueda lucir ese fabuloso vestuario diseñado por Givenchy…  aunque no venga mucho a cuento. Pero no es eso lo peor. Los personajes que pululan por la historia más que un retrato de la sociedad neoyorkina de la época, idea de la novela de Capote, parecen una colección de muñecos de ventrílocuo hablando sin parar y sin decir nada, ilusorias imágenes de un submundo que nunca existió más que en la mente de los directivos de Hollywood.  


¿Qué decir de los actores? Sorprende que se eligiera a Mickey Rooney para interpretar el papel de ¡un chino! caracterizado con unos dientes postizos que producen auténtica vergüenza ajena y cuya aparición es siempre la excusa para una tacada de chistes visuales (eso que los críticos llaman gags) que no superan el nivel de parvulario. Algo similar a lo que ocurre con el personaje de Martin Balsam, por no hablar de la aparición estelar de José Luis de Vilallonga. En cuanto al protagonista masculino, ese George Peppard al que yo calificaría como el prototipo del actor-pasmarote, que se pasa  la mayor parte del tiempo con cara de pensar “¿y qué demonios pinto yo en este fregado?”. No es que Audrey Hepburn esté mucho mejor, su personaje, ya se ha dicho, es tan irreal que no da para más y recuerda a algunas mujeres de Almodóvar (toda la película tiene un aire almodovariano de lo más desconcertante, sobre todo las secuencias de la fiesta en casa de Holly… desconcertante porque esta película es veinte años anterior al primer Almodóvar. ¿Estará aquí el origen de las locuras del manchego?) Se salva de todo este desaguisado una sola cosa: la canción de Henry Mancini que ilustra la banda sonora, ese hermoso y melancólico Moon river que, creo, será por lo único que se recuerde esta, hoy, frustrante comedia.




Ficha:
Título original: Breakfast at Tiffany's
Año de producción: 1961
Duración: 115 min.
País: USA
Dirección: Blake Edwards
Guión: George Axelrod
Música: Henry Mancini
Fotografía: Franz Planer 
Reparto: Audrey Hepburn, George Peppard,
                 Patricia Neal, Buddy Ebsen, Martin Balsam,
                 Mickey Rooney, José Luis de Vilallonga,
                John McGiver
Género: Comedia