3 de abril de 2012

Un toque de canela

Tassos Boulmetis
Es lástima que los distribuidores de esta hermosa película hayan cambiado su título (Πολίτικη Κουζίνα  pronunciado Politikí Kouzina) tal vez poco comercial fuera de Grecia, por el más adecuado a sus intereses recaudatorios de Un toque de canela (…o A touch of spices, o La sal de la vida…) porque  su título original dice bastante más sobre las intenciones de su autor Tassos Boulmetis, quien confiesa que algo de autobiográfico sí hay en esta historia, que ese un tanto relamido toque. Porque  Politikí Kouzina  significa La cocina de la "polis”, o sea, de la ciudad, nombre que los griegos aún utilizan para denominar a la capital del antiguo Imperio Bizantino, Constantinopla, Estambul. Y es que sobre Estambul y sobre la nostalgia de Estambul trata esta película; y aunque en ella se habla de comida, y se guisa y se come, una vez más la cocina y sus aledaños (físicos y sentimentales) son sólo la excusa para hablar de otra cosa.  Aquí, ya se ha dicho, de la nostalgia. De la nostalgia de una ciudad, que no es sino la nostalgia de la infancia; y también de la más triste de todas las nostalgias, la de los amores que pudieron ser y no fueron… y de la nostalgia más dolorosa, la de lo que se debería haber hecho y no se hizo… Boulmetis abre la película con una de las secuencias más bellas y sensuales que yo recuerde haber visto, en una referencia a la comida de exquisita delicadeza. Y al sexo. Esas imágenes de un pecho materno, pero sugestivamente joven y atractivo, al que se rocía con azúcar para que el bebé juguetón pero desganado se anime a mamar, son de una belleza perturbadora. Y también una declaración de intenciones, porque toda la historia va a estar recorrida no sólo por esa vena de melancolía que proporciona siempre mirar hacia atrás (…cómo a nuestro parescer…) sino también por una sensualidad que impregnará cada imagen con la misma fuerza que el aroma de las especias impregna los recuerdos de su protagonista. 
Estructurada en sucesivos flashback, que a modo de epígrafes de un menú desarrollan en una sugestiva metáfora las distintas etapas de la vida del protagonista, (desde los primeros platos y la infancia hasta los postres y la madurez), el relato avanza sin que el ritmo narrativo decaiga, alternando con fluidez los múltiples saltos temporales, creando escenas de tan potente fuerza emotiva (y de tan intenso erotismo) como la ingenua danza de la niña flotando casi en la luz dorada del almacén de especias, recuerdo sublimado sin duda por las trampas, ay, de la memoria; o la magia de esa sombrilla roja a la que el viento hace volar. Pero no hay sensiblería en esta historia.  Boulmetis la elude con inteligencia, recurriendo a la ironía en el retrato de esa impagable galería de personajes que pueblan la película; incluso las secuencias más proclives a la lacrimogenia están tratadas con un pudor levemente distanciador al que contribuye la interpretación de un espléndido y contenido George Corraface, alter ego del director, en su melancólica vuelta a un pasado que no es posible recuperar. Y así en una admirable secuencia que va acerrar la película, Boulitis/Fanis/Corraface intentará reconstruir aquella galaxia de especias con la que el abuelo le iniciara en el mundo de los olores… y en el de los astros. Galaxia que como los sueños no cumplidos se disolverá en polvo. Fragante polvo donde floten los recuerdos… pero polvo. 
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 Ficha:
Título original: Politike kouzina
Año de producción: 2003
Duración: 108 min.            
País: Grecia
Director: Tassos Boulmetis
Guión: Tassos Boulmetis
Música: Evanthia Reboutsika
Fotografía: Takis Zervoulakos
Reparto: Georges Corraface,
                Ieroklis Michailidis,
                Renia Louzidou, Stelios Mainas,
                Dina Michailidou
Género: Drama, comedia

Torrijas


Así  como la Navidad está unida (gastronómicamente hablando, claro) al turrón, y pensar en el turrón es pensar en la Navidad, para mí la Semana Santa está unida a las torrijas, y pensar en torrijas es pensar en Semana Santa. (Y en la primavera, pero esa es otra historia.) Las torrijas son otro de esos geniales hallazgos de la cocina popular a la hora de aprovechar restos de otros ingredientes, en este caso de pan viejo. Que haya llegado hasta nuestros días desde como mínimo el siglo XV, cuando ya las cita Juan del  Encina, habla de su excelencia y sobre todo del arraigo entre los postres de temporada más populares. Como no podía ser menos tratándose de una receta tradicional, hay tantas formas de prepararlas como cocineros dispuestos a ello, aunque la fórmula más empleada es la conocida como-las-hacia-mi-madre, que es la que emplearemos aquí, así que vamos a ello.

Ingredientes (saldrán alrededor de diez)
Una barra de pan candeal del día anterior
500 cl de leche
125 gr de azúcar
Dos huevos
Una cucharada de las de café de canela molida
Miel al gusto
Aceite de oliva

Ponemos a calentar, pero sin que llegue a hervir, la leche con la canela y el azúcar, moviendo bien para que se disuelvan; cortamos el pan (mejor si se hace en sesgo, en diagonal, como se corta el salchichón) en rebanadas de un dedo de grueso, las colocamos en una fuente honda y vertemos sobre ellas la leche. Esperamos que se empapen  bien y las rebozamos en el huevo batido, friéndolas a continuación en una sartén  con el aceite muy caliente hasta que estén bien doraditas por ambos lados. Las sacamos, las escurrimos sobre papel absorbente y las vamos colocando en una fuente. Las rociamos con miel al gusto y esperamos que estén frías para servirlas.
Recuerde unos sencillos trucos: el pan, cuanto más viejo sea, mejor. Las rebanadas deben quedar bien empapadas de leche, pero no deshechas: mejor ir añadiendo más leche si quedan muy secas. Hay que freírlas en aceite bien caliente para que doren por fuera pero queden blandas por dentro. No sea tacaño con la miel.