19 de enero de 2012

La piel que habito

Pedro Almodóvar
Algún día habrá que hacer un análisis freudiano de la obra de Pedro Almodóvar. Se verá entonces que una de las constantes en la obra de este director es lo que filósofos y sociólogos llaman la dialéctica de los sexos, tanto en sentido clásico como marxista. Pero al contrario de lo que sostienen Engels y sucesores (desde Simone de Beauvoir a Shulamith Firestone), parece que Almodóvar no ve a la mujer como sub-yugada por el (o sea, bajo el yugo del) macho, sino como matriarca dominante, y quizá incluso como madre castradora, véase la Marilia/Marisa Paredes en este filme. Ya a partir de sus primeros filmes, la mujer ha jugado no sólo un papel protagonista, sino un rol determinante (y dominante) en las historias almodovarianas (esas famosas, pero yo creo que erróneamente entendidas, chicas-almodóvar). En casi todas las películas, sus mujeres han dominado-eliminado, sea cual sea el sentido que le demos a eliminar, a los personajes masculinos, siempre la parte más débil de sus películas, sea cual sea el sentido que le demos a débil. Desde la Gloria/Carmen Maura de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), hasta el híbrido Vicente-Vera Cruz de esta La piel que habito (esa mujer que es un hombre que es una mujer, doctor Freud, doctor Freud...), la hembra ha sojuzgado al varón con un pretexto u otro; baste recordar a la mantis religiosa María Cardenal/Assumpta Serna de Matador (1986) deshaciéndose de sus amantes (con un procedimiento, dicho sea de paso, tomado, digo, puesto que en el cine no existe el plagio, nada menos que de El ladrón de Bagdad de 1940, aquella deliciosa delicatesen dirigida a tres manos por  Ludwig Berger, Michael Powell y Tim Whelan); todas estas mujeres  no son sino prototipos, bajo distintas advocaciones, de la mater dominatrix anuladora del hombre. Viene esto a cuento de que se ha creído ver en La piel que habito un giro en la obra de Almodóvar, cuando el giro, si es que existe, se queda en lo puramente formal, pues el peculiar y personal universo almodovariano sigue intacto, obsesivamente igual a sí mismo. Lo que no tiene por qué ser malo, por supuesto. Otra cosa es que ese supuesto giro, aunque sólo sea en lo formal, suponga un enriquecimiento en la manera de hacer cine de nuestro hombre. Y no. Porque no sólo estamos ante lo que a mi juicio es la peor película de Almodóvar, sino sencillamente ante una película muy mala. Basada muy, muy libremente, como no podía ser de otra manera con Almodóvar, en una novela de Thierry Jonquet (Mygale, 1984. Publicada en español como Tarántula por Editorial Júcar en 1986 en traducción de Lourdes Pérez González) el guión intenta amalgamar, sin conseguirlo en ningún momento, tres géneros distintos: el terror (que sólo produce risa: el terror, en el cine, es algo más sutil que fotografiar escenas a contraluz o con muy poca luz); la ficción científica con la que  consigue niveles de sonrojante ridículo, y el habitual melodrama marca de la casa que aquí no pasa de vergonzoso culebrón televisivo, con apuntes de sexo (cuasi) explícito que podrían formar parte de una antología de lo más cutre del porno, y donde, eso sí, alcanza las más altas cotas de lo grotesco.  
Como Almodóvar no acierta a ensamblar esos tres géneros, la historia avanza a tropezones, a lo que contribuye un uso más que arbitrario del  flashback para explicar una historia por lo demás harto absurda, sin encontrar en ningún momento el tempo narrativo adecuado. El típico ambiente almodovariano llega aquí a excesos casi sublimes de rebuscamiento; pretencioso y fatuo en la superabundancia de referencias culturales, irritante en su habitual barroquismo estilístico, como esos picados cenitales que tanto le gustan y de los que tanto abusa… Si los héroes almodovarianos han pecado siempre de irreales, aquí alcanzan el grado más alto de lo artificioso. Los actores luchan, y pierden, todos, la batalla frente a unos personajes no ya de cartón piedra, sino de plastilina, con desatinadas sobreactuaciones, quizá para compensar la apatía interpretativa de Antonio Banderas, que confunde frialdad con inexpresividad (y que habla como los políticos: haciendo una pausa entre palabra y palabra, qué horror) y donde sólo la veteranía de Marisa Paredes consigue de vez en cuando dar algún viso de veracidad a lo que hace…  Nos queda la admirable, eso sí, fotografía del maestro Alcaine que junto a  la banda sonora de Alberto Iglesias, eficaz como siempre, es de lo poco bueno de la función. Pero pese a premios, nominaciones y críticas ditirámbicas de los exaltados y acríticos seguidores del director manchego, me temo que estamos ante un verdadero fiasco. Y no, no hay giro en el estilo ni en el concepto de narración cinematográfica.  Salvo que sea de 360 grados, claro. Almodóvar sigue siendo Almodóvar. Lo siento, don Pedro.
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Ficha: 
Título original: La piel que habito
Año de producción: 2011
Duración: 117 min.            
País:  España
Director: Pedro Almodóvar
Guión: Pedro Almodóvar
Música:  Alberto Iglesias
Fotografía: José Luis Alcaine
Reparto: Antonio Banderas, Elena Anaya, 
                 Marisa Paredes, Jan Cornet, 
                 Blanca Suárez, Bárbara Lennie, 
                 Eduard Fernández, Roberto Álamo, 
                 José Luis Gómez, Fernando Cayo, 
                 Susi Sánchez
Género: 
Thriller. Drama. Melodrama