31 de mayo de 2012

Chuletitas de conejo con almejas


De las propiedades de la carne de conejo ya hemos hablado cuando lo hicimos estofado con habas en la receta que se puede ver aquí. En aquella ocasión utilizamos muslos o paletillas, pero hoy para esta preparación usaremos lo que he llamado chuletitas, que no son sino rodajas del lomo de unos dos o tres centímetros de grosor y que pueden adquirirse ya cortadas o bien pedir al carnicero que las corte así si compramos el conejo entero. Es una carne tierna y fibrosa, muy adecuada (con este tipo de corte) para hacerlo a la plancha y en barbacoa, aunque desde luego admite muchas otras formas de prepararlo, como esta que os propongo y en la que combinan muy bien lo que podríamos llamar el mar con la montaña con el contraste entre el tono picante de las hierbas aromáticas empleadas y la frescura de las almejas.

Ingredientes para cuatro personas
1 kg de chuletitas de cordero
350 gr de almejas
Una cebolla
500 cl de vino blanco
500 cl de caldo de verduras
Tres dientes de ajo
Una cucharada de hierbas provenzales
Sal
Pimienta
Aceite de oliva

En una cazuela, preferiblemente de barro, doramos el conejo ya salpimentado, con un buen chorro de aceite de oliva y los ajos cortados en láminas. Cuidado con los ajos, si se fríen demasiado es mejor retirarlos y reservarlos. Cuando ya esté, sacamos las chuletitas y las reservamos sobre papel absorbente. En el mismo aceite, y con el fuego bajo, pochamos la cebolla cortada en juliana gruesa, cuidando que no tome color. Debe quedar blanda pero entera. Retiramos el exceso de aceite, agregamos la carne, las hierbas provenzales y los ajos y cubrimos someramente con parte del vino. Lo haremos a fuego lento, añadiendo alternativamente caldo y vino según se vaya secando, (siempre lo justo para cubrir la carne) moviendo la  cazuela de tanto en tanto y vigilando que no se agarre. El tiempo de  cocción dependerá de la calidad de la carne y la intensidad del fuego, pero calcule sobre treinta minutos. Cuando ya esté tierno añadimos las almejas y dejamos hasta que se abran, comprobamos el punto se sal y corregimos si es necesario. Apagamos el fuego y servimos inmediatamente.

28 de mayo de 2012

Carrilleras de ibérico en salsa

Las carrilleras o carrilladas, como también se llaman, tanto de cerdo como de ternera, que son las más utilizadas en cocina, no son sino los músculos de la masticación que se encuentran a ambos lados de la boca del animal (en los carrillos). Es una carne dura, pero si se le da una cocción adecuada, es decir, a fuego lento y durante todo el tiempo que necesite, (puede ser de hasta dos horas, dependiendo de la calidad de la carne) resulta muy tierna y jugosa. También pueden hacerse en la olla exprés en un tiempo más reducido, naturalmente. Hoy vamos a prepararlas de una manera sencilla  pero muy apetitosa, con una rica salsa muy ligera, usando unas carrilleras de cerdo ibérico, para mi gusto más tiernas y jugosas que las de ternera (pero claro que eso va en gustos). Dado el descontrol que existe sobre este producto conviene asegurase de que compramos realmente cerdo ibérico, y no cualquier bicho con esa etiqueta. Además de la seriedad del establecimiento donde lo compremos, un buen indicador puede ser el precio: el verdadero cerdo ibérico es caro.

Ingredientes para cuatro personas.
Ocho carrilleras de ibérico
Una cebolla grande
Dos puerros
Tres o cuatro chalotas
Dos pimientos verdes
½ l de caldo de verduras
250 cl de vino blanco seco
Dos dientes de ajo
Dos o tres clavos de olor
Sal
Pimienta
Aceite de oliva

Comenzamos limpiando bien las carrilleras de la grasa y la piel. Las pasamos por harina, sacudiéndolas para que no queden en exceso enharinadas y las doramos en una olla con un poco de aceite de oliva junto con los dientes de ajo, enteros y sin pelar. Las sacamos y las escurrimos sobre papel absorbente. Reservamos. En el mismo aceite (habremos retirado también los ajos, que reservaremos) pochamos las verduras cortadas en juliana gruesa. Cuando estén, retiramos el aceite si hubiera demasiado; agregamos la carne y regamos con el vino blanco. Dejamos que de un hervor para que el alcohol se evapore, cubrimos con el caldo de verduras hirviendo, añadimos los clavos de olor, los ajos sin piel machacados en el mortero junto con seis o siete granos de pimienta, salamos y lo dejamos hervir durante al menos dos horas a fuego muy lento, comprobando que no se quede seco. Debe quedar jugoso pero sin exceso de caldo. Al cabo de este tiempo, rectificamos de sal si es necesario, comprobamos que la carne esté tierna y si es así la retiramos y la reservamos al calor. Si no, dejamos hasta que esté bien tierna. (En la olla exprés el proceso es el mismo, pero el tiempo de cocción se reducirá a treinta o cuarenta minutos: fíese de us experiencia con su olla.) Trituramos en  la batidora las verduras y las pasamos por el chino o un colador para obtener una crema suave, añadiendo caldo hasta obtener la consistencia deseada o dejando reducir al fuego si queda demasiado clara. Salseamos un plato y colocamos la carne encima.

26 de mayo de 2012

Lentejas con chorizo y jamón

He aquí un plato no apto para talibanes de la dieta, ni para compulsivos medidores de colesterol ni para toda la demás ralea de asustadores profesionales de la doliente humanidad. Es, eso sí, una deliciosa receta al más tradicional estilo casero. Y aporta toda la riqueza nutritiva de las legumbres realzada por el inigualable sabor de ese regalo de los dioses que es el jamón, con el toque ligeramente picante del chorizo y el leve matiz tostado de la panceta ahumada. Un suntuoso manjar que ayuda a congraciarse con la vida y sus placeres, ahora que todo parece ir de mal en peor. En cuanto a la elección del tipo de lentejas, guíese por su propio gusto. El chorizo y el jamón deben ser ibéricos sin necesidad de llegar al jabugo, pero sí de buena calidad, igual que la panceta que debe ser ahumada. Las lentejas no precisan de remojo previo, pero si lo desea puede ponerlas la noche antes en un bol cubiertas de agua: el tiempo de cocción disminuirá entonces. Si lo prefiere, puede poner chorizo picante, pero recuerde que eso puede anular el sabor del resto de ingredientes.

Ingedientes para cuatro personas
350 gr de lentejas
Cuatro chalotas
Dos puerros
Un tomate maduro grandecito 
dos dientes de ajo
150 gr de chorizo
100 gr de jamón
75 gr de panceta ahumada
1 l de caldo de verduras
Aceite de oliva
Tres hojas de laurel
Sal 

Pelamos los puerros y las chalotas, lo cortamos todo en juliana gruesa y lo ponemos a pochar con un chorro de aciete de oliva y un poco de sal. Añadimos los ajos cortados en láminas y lo dejamos a fuego lento hasta que el sofrito esté blando pero sin quemarse, agregando entonces el tomate pelado y troceado. Agregamos las hojas de laurel  y las lentejas (si las habíamos puesto en remojo, escurridas y lavadas) y rehogamos cinco minutos. Añadimos la panceta y el jamon cortado todo ello en dados pequeños y el chorizo cortado en rodajas y dejamos otros cinco minutos. Cubrimos con el caldo hirviendo y hacemos a fuego lento hasta que las lentejas estén bien cocidas, vigilando que no se queden sin caldo; debe quedar un guiso espeso pero no seco. Si queda muy aguado machaque una cucharada de las lentejas en el mortero, añada una pizca de harina y mézclelo con el guiso dejando que de un hervor. Recuerde que para que las lentejas no se despellejen es importante hervirlas a fuego muy bajo. No he puesto sal porque el jamón, la panceta y el chorizo ya llevan, pero compruebe ahora el punto, rectifique si es necesario y sírvalas en cazuelitas individuales de barro.

22 de mayo de 2012

Yogur en gelatina

Actualmente consideramos que el postre es un plato de dulce (aunque también debamos incluir la fruta y los quesos en este apartado) que se sirve al final de la comida y con el cual se cierra esta adecuadamente. Se dice que fueron, cómo no, los franceses quienes hacia 1800 inventaron el postre y la palabra para designarlo: dessert un derivado del verbo desservirquitar la mesa. (Esto es un buen ejemplo de eso que se llama chauvinismo, algo realmente muy francés, puesto que esa palabra es válida sólo en ese idioma; por ejemplo, la designación española no es menos significativa:  postre viene del latín poster que significa lo último.) Sin embargo, y dejando aparte la habilidad francesa para apropiarse de ideas ajenas (y para la cocina, claro que sí), la historia de los postres tuvo que empezar mucho antes; tanto en la Biblia como en el Corán hay numerosas citas en las que se habla de miel y frutos secos, combinaciones que aún hoy dan lugar a ricos postres, por lo que parece lógico pensar que ya en los tiempos más remotos se seguía esta dulce costumbre, y sabemos que en la Grecia clásica se preparaban tortas con harina mezclada con frutas y miel. Otro ejemplo: hay referencias al manjar blanco, aunque con otros nombres, en De agricultura de Catón el Viejo, (siglo II a. C.) Sea como fuere, está claro que el mundo de los postres es una de las especialidades gastronómicas donde más gratificante es dejarse llevar por la imaginación: la combinación de sabores, aromas, colores… (y, sí, tranquilos los adeptos/adictos a la cocina molecular, también las texturas) dan tanto juego que es difícil sustraerse a su hechizo. Así que vamos con un postre: sencillo de preparar, elegante en su presentación de una sobriedad casi zen, nutritivo y además rico. (¡Y sin azúcar!)

Ingredientes
2 sobres de gelatina neutra
100 ml. de agua
½ litro de yogur natural sin azúcar (4 envases)
400 gr de leche evaporada
La  piel rallada de un limón

Ponemos los yogures en un bol y los mezclamos bien con la ralladura de la piel del limón. Reservamos. Disolvemos en otro bol la gelatina en el agua fría y reservamos. Ponemos la leche al fuego y calentamos sin dejar que hierva, la mezclamos con la gelatina cuando esté bien caliente y removemos hasta que esté perfectamente disuelta. Añadimos a los yogures y mezclamos todo muy bien. Si quedaran grumos puede utilizarse la batidora para conseguir una textura suave y homogénea. Vertemos en un molde apropiado y lo metemos en la nevera hasta que gelifique: un par de horas como mínimo. Desmolde con cuidado a la hora de servirlo, y buen provecho.
(Desmoldar los preparados de gelatina suele ser un problema. Una solución es usar moldes de silicona, que al ser flexibles permiten un desmoldado más fácil. O poner unos segundos en agua caliente, pero no demasiado, y desmoldar con  cuidado.)

20 de mayo de 2012

Profesor Lazhar

Philippe Falardeau
Las películas de profesores abnegados y que van un poco a contracorriente de la rutina establecida, personajes de honestidad a toda prueba, concienciados y ejerciendo en centros conflictivos (lo multirracial suele ser su hábitat natural) ya son casi un (sub)género cinematográfico. En seguida le vienen a uno a la cabeza filmes como Semilla de maldad (Blackboard Jungle, 1955) de Richard Brooks o Rebelión en las aulas (To Sir, with Love, 1967) de James Clavell que tratan problemas parecidos. También en el cine europeo, y más concretamente en el francés, se ha desarrollado una cierta tendencia a tratar los conflictos de la educación, sobre todo en los primeros estadios de la misma y en zonas con conflictos sociales, lo que parece otorgar a sus autores un aire progre y de preocupación por lo social. Hoy empieza todo (Ça commence aujourd'hui, 1999) de Bertrand Tavernier, o La clase (Entre les murs, 2008) de Laurent Cantet podrían ser dos ejemplos de este tipo de cine. En general, suelen ser historias contadas apelando a la buena (¿o quizá a la mala?) conciencia del espectador,  y que raramente entran de verdad en el fondo de la cuestión: el estado del sistema educativo y los problemas, presentes y futuros que ese sistema plantea. Este Profesor Lazhar pertenece a ese tipo de filmes, aunque introduciendo la variante del refugiado político como trama secundaria en la historia, o quizá sea al revés y lo anecdótico sea la influencia del ambiente de la escueal en la vida del refugiado. Porque el problema de esta discreta y un poco aburridilla película es precisamente su indefinición. Todo parece en ella apenas esbozado, hay demasiadas subtramas que no acaban de concretarse, un exceso de posibilidades que quedan apenas enunciadas mientras el relato, sobre el que el director no acaba de  ejercer el férreo control que una historia como esta necesita, se llena de tiempos muertos y bifurcaciones narrativas que sólo parecen conducir a callejones sin salida y allí se abandonan sin más. (El intento de seducción del bueno de Lazhar por parte de la profesora Claire Lajoie es un ejemplo.) Lástima, porque aún dentro de lo previsible de unas situaciones bastante tópicas podría haberse sacado mucho más partido con sólo definir una línea narrativa clara (la situación del emigrante, o la relación de la maestra suicida con el pequeño Simón… son algunas entre las que se podría haber optado.) 
Por otra parte hay un cierto buenismo un poco ingenuo que recorre toda la historia, ingenuidad que quita valor dramático (entiéndase: pierde la capacidad de interesar y conmover) a un argumento que ya de por sí se presta en exceso a esos ejercicios de buenas intenciones. Y quizá huyendo del peligro de caer en lo sensiblero se ha caído en una especie de objetividad que no siempre favorece el desarrollo de una trama demasiado tenue. Hay otro síntoma muy significativo de que el director no acaba de saber cómo contar, en imágenes, la historia que se trae entre manos: en varias ocasiones nos enteramos de algo porque algún personaje lo cuenta, no porque haya habido una, digamos, puesta en imagen de ese suceso: por ejemplo, no se ve la evolución de los niños en su relación con el nuevo profesor, sólo en algún momento alguien dice que va bien… y el espectador tiene que aceptarlo, aunque no lo haya visto. Mohamed Fellag se defiende bien con este gratificante personaje, es muy de agradecer su contenida interpretación; y los peques responden, casi todos, con la soltura que se supone que deben tener. No es gran cosa, este profesor Lazhar, pero al menos no cae (…del todo: ese final agridulce chirria un poco) en fáciles sensiblerías.

Ficha: 
Título original: Monsieur Lazhar
Año de producción: 2011
Duración: 94 min.
País: Canadá
Dirección: Philippe Falardeau
Guión: Philippe Falardeau
Música: Martin Léon
Fotografía: Ronald Plante
Reparto: Mohamed Fellag, Sophie Nélisse,
                  Émilien Néron, Marie-Ève Beauregard,
                  Vincent Millard, Seddik Benslimane,
                  Louis-David Leblanc, Danielle Proulx,
                  Brigitte Poupart, Jules Philip,
                  Louis Champagne, Daniel Gadouas,
                  Francine Ruel, Sophie Sanscartier
Género: Drama

18 de mayo de 2012

Ensalada de alubias pintas con tofu

El tofu es un producto derivado de la soja, originario de China donde una leyenda lo data en siglo II AC. Se elabora coagulando la leche de soja y prensando posteriormente con el fin de  separar la parte líquida de la sólida, a la manera de como se prepara el queso a partir de la leche (a primera vista recuerda, efectivamente, al queso.) En el sistema tradicional para obtener tofu al estilo chino se añade sulfato de calcio como coagulante. Es una importante fuente de proteínas, bajo en calorías, y apenas contiene grasa. Aporta hierro y según el tipo de coagulante utilizado para fabricarlo tendrá también un alto contenido en calcio o magnesio. Su popularidad entre vegetarianos y deportistas es enorme, y de creer todo lo que de él se dice (en alguna parte he leído –no diré donde— lo siguiente: favorece el crecimiento y normal funcionamiento de los órganos sexuales y el desarrollo de los caracteres secundarios masculinos. Sin comentarios) sería algo así como la panacea universal. Pero es claro que se trata de un alimento rico en elementos nutritivos y no hay por qué privarse de sus beneficios, reales o inventados. Su único inconveniente, desde mi punto de vista, es su (falta de) sabor, ya que al natural resulta prácticamente insípido. Así que en esta receta donde acompañará a unas alubias pintas en ensalada procederemos antes a marinarlo a fin de darle un poco de alegría. Complementaremos la ensalada con algunas hortalizas típicas de estas preparaciones, y aliñaremos con aceite de oliva a la albahaca y unas hojitas de ajedrea y salvia. En conjunto, un plato sano, nutritivo y apto incluso para el más fundamentalista vegetariano. Y además, rico.

Ingredientes para 4 personas.                       
300  gr de alubias pintas
250 gr de tofu
Dos cebolletas
Un pepino mediano
Una rama de apio
Medio bulbo de hinojo
Medio pimiento rojo
Un tomate verde (crudo)
Una ramita de ajedrea
Una ramita de salvia
Aceite de oliva aromatizado con albahaca
Un limón
Una cucharada de salsa tabasco
Una cucharada de estragón
Sal
Pimienta
Comenzamos preparando el adobo para el tofu: En un bol exprimimos el limón, añadimos la salsa tabasco, el estragón y la pimienta al gusto y lo revolvemos todo bien. Agregamos el tofu cortado en dados de un centímetro, más o menos, lo mezclamos con el adobo y dejamos marinar durante un par de horas. 
Mientras, escurrimos y lavamos las alubias que tendremos en remojo desde la noche anterior y las ponemos a hervir con unas hojas de laurel y un pellizco de sal. En la olla exprés, unos veinticinco minutos, pero fíese de su propia experiencia con su olla. Lavamos, pelamos y cortamos en juliana fina el resto de los ingredientes, los mezclamos y los aliñamos con el aceite de oliva a la albahaca, sal  y las hojas de ajedrea y salvia picadas; cuando las alubias estén, escúrralas rocíe con el mismo aceite, disponga artísticamente en el plato todos los elementos…  y disfrute de esta rica ensalada.

16 de mayo de 2012

Arroz meloso con espárragos y gambas


Después del maíz, el arroz es el cereal que más se cultiva en el mundo, existiendo cerca de diez mil variedades distintas, y es además el cereal más importante en la alimentación humana ya que aporta una quinta parte de las calorías consumidas por los seres humanos. Tiene su origen en Asia tropical, desde donde se extendió a toda Asia. Se han encontrado  pruebas de que ya se cultivaba en China hacia el año 7.000 AC.  y en Europa oriental se conoce desde el año 800 AC. En España lo introdujeron los árabes (su nombre deriva del árabe Ar-ruzz), desde donde pasó a Francia e Italia. Desde el punto de vista de la nutrición, el arroz contiene hidratos de carbono, almidón, casi nada de grasa y pocas proteínas por lo que es ideal para problemas gastrointestinales y para dietas de adelgazamiento. Aporta vitamina E, PP, B1, B2 y  minerales como fósforo, hierro, potasio y calcio. Tratándose de un alimento utilizado desde tan antiguo, y puesto que es de esos ingredientes que admiten bien casi cualquier forma de prepararlo, (sólo o con mezcla de casi cualquier cosa) es lógico que hablar de la cocina del arroz sea igual a entrar en un universo de casi infinitas maneras de cocinarlo. Hoy vamos a preparar un arroz meloso, esa manera de hacerlo que está a medio camino entre los arroces secos, como la paella, por ejemplo, y el arroz caldoso. El resultado debe ser un arroz con una textura húmeda y untuosa, para lograr lo cual hay que calcular bien el agua o el caldo necesario, a fin de que el arroz continúe absorbiendo humedad una vez apagado el fuego.

Ingredientes para 4 personas    
400 gr de arroz
Una cebolla
Dos dientes de ajo
Un manojo de espárragos verdes
300 gr de gambas gordas
1 l de caldo de verduras
Una copita de brandy
Unas hebras de azafrán
Aceite de oliva
Sal

Comenzamos preparando, en la cazuela, sartén, paella… que vayamos a usar, un sofrito con un chorro de aceite y la cebolla cortada en tiras (cortamos en aros y luego hacemos un corte radial para conseguir las tiras) y los ajos en láminas con un poco de sal. Debe quedar blando sin  que la cebolla tome color. Cuando ya esté, quitamos el exceso de aceite, añadimos el arroz y rehogamos unos minutos hasta que el arroz tome ese aspecto que los cocineros llaman nacarado. Regamos con el brandy y dejamos que hierva hasta evaporar el alcohol. Cubrimos con el caldo hirviendo, (una medida y media de caldo por cada medida de arroz) salamos, y dejamos diez minutos a fuego vivo, vigilando que no se seque, al cabo de los cuales bajamos el fuego y dejamos que se vaya haciendo, removiendo la  cazuela de tanto en tanto y añadiendo más caldo, siempre hirviendo, según se vaya quedando seco. 
Cuando falten entre cinco y ocho minutos para que esté, añadimos los espárragos troceados, las gambas peladas y el azafrán triturado en el mortero y con una par de cucharas del caldo y rectificamos de sal si es necesario. Debemos vigilar para que el arroz vaya absorbiendo líquido sin llegar a secarse, pero sin que quede caldoso. Finalmente, cuando el arroz ya está en su punto pero aún queda un poco de caldo, apagamos el fuego, dejamos reposar cubierto con un paño de cocina y cuando ya no quede caldo, pero aún no esté seco, servimos.


14 de mayo de 2012

Un lugar donde quedarse

Paolo Sorrentino
Partiendo de un alambicado y retorcido guión tan lleno de pretensiones de trascendencia que acaba convertido sólo en pretencioso, plagado de tópicas, superficiales y tontorronas frases hechas que parecen sacadas de un manual New Age de autoayuda, un puro disparate tanto más ridículo cuanto más trascendente se pretende, Sorrentino incurre en este lugar en el que, definitivamente, no vale la pena quedarse, en varios errores:  el principal, deficiencias del guión aparte, apoyar su narración en un único pie: el que supone la interpretación de Sean Penn, con el riesgo de que si este pie falla todo el invento se venga abajo. Y, puesto que Penn no sólo falla sino que cansa e irrita, la película se viene abajo a los pocos minutos; y es que hay algo de falso y poco creíble en este ya de entrada falso juguete roto que el actor empeora recurriendo a los tics más facilones para caracterizar a su  personaje (esos andares almorránicos, soplarse el flequillo cada diez minutos... su hablar supuestamente sentencioso…) Por si eso fuera poco, Sorrentino tarda en decidirse a comenzar la película hasta media hora, o más, después de de haber empezado a contar esta poco creíble fábula, cuando el espectador está ya a punto de la renuncia: tras un primer tercio de la historia consumido en una caótica serie de escenas sin ilación que parecen sacadas de una de esas descerebradas sitcom televisivas, tras todos los rebuscamientos visuales y todas las insufribles poses de Sean Penn, de pronto y sin aviso, la historia se convierte en una especie de road movie, (ese subgénero inequívocamente americano que vuelve locos a los directores europeos, vaya a saber por qué), convertido aquí en un triste pretexto para ir sacando toda una galería de personajes a cual más absurdo e improbable. Y es también entonces cuando comienza la parte más cínicamente inmoral de esta historia: la descarada utilización del Holocausto para justificar la errática deriva de su personaje, una especie de delirante eduardomanostijeras que se hubiera chutado todo el caballo que en los setenta se metían las estrellas del rock. Porque utilizar un acontecimiento de las implicaciones éticas del Holocausto en una comedia que no pasa del nivel de la más necia subnormalidad va más allá de toda decencia. 
(Aunque en el cine italiano haya el precedente de ese sobrevalorado y premiado saltarín de butacas, ya lo sé.) Con todo, y puesto que el guión es tan arbitrario que no obedece a ninguna ley que no sea el capricho de sus autores, no es de extrañar que más que hablar de ritmo narrativo haya que hablar de arritmia narrativa y que el desarrollo de la (inexistente) acción se mueva entre lo anodino y lo aburrido. Hay, quizá, un momento que destaca en la grisura intelectual de esta película, tanto que parece metido en ella con calzador: el concierto de David Byrne, y ello debido probablemente sólo a la magia del propio Byrne; hay otro momento también digno de mención, aunque este destaca únicamente por su innecesaria truculencia, por ser una absurda solución para el no menos absurdo problema pseudo freudiano que sirve para justificar todo el embrollo, una innecesaria catarsis para cerrar lo que hasta ese momento era una mediocre comedieta y que así se convierte en una obscena burla: esa secuencia en la que el viejo nazi es obligado a caminar desnudo sobre una sorprendente y oportuna nieve, y que repele por lo que tiene de venganza, no de justicia. Pero váyale usted con sutilezas éticas a quienes sólo piensan con el bolsillo. Una única cosa se salva en este desaguisado: la interpretación, tan convincente y certera como todas las suyas, de una de las mejores actrices actuales, la inimitable Frances McDormand. Lástima que su papel sea tan breve y anecdótico.

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Ficha:
Título original: This Must Be the Place
Año de producción: 2011
Duración: 118 min.
País: Italia, Francia, Irlanda
Director: Paolo Sorrentino
Guión: Paolo Sorrentino, Umberto Contarello
Música: David Byrne, Will Oldham
Fotografía: Luca Bigazzi
Reparto: Sean Penn, Eve Hewson,
                 Frances McDormand, Judd Hirsch,
                 Heinz Lieven, Kerry Condon,
                 Olwen Fouere, Simon Delaney,
                 Joyce Van Patten, Liron Levo,
                 Harry Dean Stanton
Género: Drama, comedia