29 de enero de 2012

Dublineses

John Huston
Es esta una película en la que casi no se habla de cocina, aunque la historia se desarrolla durante el transcurso de una cena, y resulta casi frívolo emparejarla con la comida; pero no es mala excusa esta para acercarse a ella. Fascinado por la literatura, (de  sus 38 películas sólo seis no parten de una obra literaria) Huston comenzó su carrera como director  con Dashiell Hammett y su Halcón maltés (The Maltese Falcon, 1941) para acabarla con James Joyce y Dublineses (The Dead, 1987). Y es  Dublineses también su testamento ético y artístico, una obra maestra difícil de superar, tan lúcida como compleja en su engañosa sencillez expositiva. Vaya por delante que enfrentarse a una película de Huston con una actitud que vaya sólo un poco más allá del típico espectador-receptor-devorador de imágenes, supone sumergirse en un mundo de matices y sutilezas de una riqueza tal que es necesario volver más y más veces a revisar cada instante de las obras de este genio absoluto del cine. La extraordinaria agudeza de su mirada disecciona a los personajes con frialdad de cirujano mostrando así sus contradicciones, sus miedos,  sus ambiciones o sus sueños sin dejar por ello de sentir al mismo tiempo un profundo respeto por esos seres casi siempre perdidos que pueblan sus películas. Dublineses está narrada en un tempo lento y reflexivo en el que destellan de tanto en tanto los chispazos producidos por el roce entre esos personajes a los que (aparentemente) no les ocurre casi nada; y sin embargo consigue Huston que nos mantengamos absortos con el entrelazado de sus relaciones, tan normales y cotidianas que rozan la intrascendencia pero bajo cuya supuesta normalidad el director bucea hasta encontrar el dolor, la frustración, el desamor para mostrárnoslos en carne viva y hacer que nos reconozcamos en cada uno de ellos. Fascina ver cómo con sólo unas miradas o un gesto suspendido marca la relación entre los dos personajes clave, ese espléndido relato del  conflicto sentimental, sólo insinuado, entre Gabriel/Donald McCann-Gretta/Anjelica Huston, sugiriendo tensiones que sólo estallarán en ese turbador final en el que Gabriel descubrirá el dolor, la amargura, la insensatez presente siempre detrás de toda relación. Todo el relato y su desarrollo está traspasado por un hálito de nostalgia por un tiempo ya pasado, sí, (Huston, es sabido, dirigió Dublineses enfermo y moriría poco después) pero sobre todo, me parece, por la amargura de constatar la imposibilidad de alcanzar una auténtica unión (física, espiritual…) entre los seres humanos, la profunda sinrazón de tanta lucha inútil. 
El lenguaje empleado es tan sencillo como deslumbrante: la cámara observa y comunica lo que ocurre, pero no es objetiva y fría, asume el papel de juez y nos transmite sus juicios que no siempre son benévolos porque Huston no perdona la hipocresía o la necedad. Véase el contraste entre el tratamiento casi afectuoso dado al borrachín Freddy/Donal Donnelly  y el desdén con que es tratado el fatuo tenor Bartell D'Arcy, magníficamente  interpretado por  Frank Patterson: a Huston no le gusta el personaje, ya queda dicho, y en el momento en que se pavonea intentando conquistar a la joven Molly Ivors/Maria McDermottroe sólo le oímos, sin verle, a pesar de que toda la película conduce, magistralmente, a ese momento mágico en el que la voz del vanidoso tenor,  al entonar la melancólica canción The Lass of Aughrim, abrirá para Gretta la puerta de los recuerdos que saltarán por fin en la habitación del hotel donde se cerrará la más triste película de Huston.  Y es ahí donde Huston vuelve a deslumbrar con el tratamiento puramente cinematográfico de una situación a la que sólo su genio salva de la sordidez, dando al mismo tiempo un ejemplo magistral del uso de la voz en off,  que  aquí recitará, textualmente, las palabras de Joyce sobre esas alucinadas imágenes de un mundo desolado cubierto por la nieve. O el melancólico flashforward en el que Gabriel (Joyce/Huston) resumirá la inutilidad de los esfuerzos humanos. Una película maravillosa, ineludible. Imprescindible.
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Ficha:
Título original:
The Dead
Año de producción: 1987
Duración: 81 min.            
País:  Reino Unido
Director: John Huston
Guión: Tony Huston
Música:  Alex North
Fotografía: Fred Murphy
Reparto:Anjelica Huston, Donald McCann, 
                Helena Carroll, Cathleen Delany, 
                Ingrid Craigie, Rachel Dowling, 
                Dan O'Herlihy, Marie Kean, 
                Donal Donnelly, Colm Meaney
Género:  Drama

25 de enero de 2012

Crema de legumbres con jamón.

Si tenemos en cuenta su alto valor nutritivo, dado su contenido en proteínas, hidratos de carbono, minerales, fibra y vitaminas, las legumbres  pueden considerarse como un alimento muy recomendable  que  aporta  substanciales cantidades de hierro, cobre, carotenoides, vitamina B1, niacina, y  ácido fólico. Las legumbres tienen bajo contenido en grasas y parece que se ha demostrado que ayudan a bajar el nivel de colesterol en la sangre. Hoy prepararemos una crema combinando tres de las legumbres más populares. Con el añadido de una loncha de jamón, y si acabamos con una ensalada de frutas, tendremos resuelta una comida sana y sobre todo muy apetitosa. Las legumbres pueden comprarse secas o en conserva y ya hervidas, aunque esta receta está elaborada con legumbres secas, pues  comprarlas ya hervidas supone renunciar a una buena parte de los nutrientes hidrosolubles (minerales, sobre todo, y vitaminas como las del grupo B, además de buena parte del almidón que las confiere su nada despreciable efecto saciante)  y que se van en el agua de la cocción.

Ingredientes para cuatro personas.       

250 gr de garbanzos
250 gr de  judías pintas
250 gr de lentejas
250 gr de cebollitas francesas
Un par de huesos de jamón
Cuatro rebanadas de pan
Cuatro lonchas de jamón ibérico
Tres dientes de ajo
Un vaso de vino blanco
Aceite de oliva
Sal
Pimienta

Pondremos en remojo las legumbres la noche anterior. Cuando nos pongamos a prepararlas, las escurrimos enjuagando bien bajo el grifo, pues así eliminamos los azúcares indigestos desprendidos de la cáscara de las semillas durante el remojo. Una vez lavadas, pondremos a cocer juntos los garbanzos y las judías en la olla exprés (al acortar el tiempo de cocción se conservan mejor las propiedades nutritivas) junto con los huesos de jamón y el vino, añadiendo agua hasta cubrir las legumbres. Dependiendo de la olla, unos treinta minutos desde el momento en que aparezca la señal del Indicador de presión deberían ser suficientes. Pelamos y troceamos  las cebollitas y los ajos y los ponemos a pochar  en una cazuela con un chorro de aceite, agregando las lentejas cuando la cebolla empiece a estar blanda. Cuidado que no se quemen los ajos. Rehogamos  unos minutos y regamos con un chorro de vino blanco, cubrimos con agua y dejamos hacer a fuego suave unos treinta minutos o hasta que las lentejas estén blandas. Ahora, separamos los huesos de jamón, colamos y reservamos el caldo y trituramos muy bien todas las legumbres juntas, pasándolas luego por el chino o por un colador. Añadimos el caldo de la cocción hasta lograr la consistencia deseada, salpimentamos al gusto y lo llevamos unos minutos al fuego, removiendo pero sin dejar que hierva. Tostamos las rebanadas de pan, colocamos una loncha de jamón sobre cada una y servimos en un platito aparte acompañando a la crema.

23 de enero de 2012

Alitas de pollo con salsa de tomate y rabanitos.

Confieso mi especial predilección por las alas de pollo. Su carne es tan suculenta, tierna y jugosa que resulta apta para hacer multitud de recetas desde croquetas a deliciosas sopas. Pueden prepararse asadas, fritas, hervidas, acompañadas de cualquier salsa… En la entrada de las croquetas en este mismo blog ya daba la dirección donde se podía ver el despiece del pollo y la división de las alas. Hoy utilizaremos la parte del jamoncito para esta sencilla pero apetitosa  preparación. No se alarme por la cantidad de alitas necesarias. En primer lugar, ya queda dicho, vamos a utilizar sólo la parte llamada jamoncito. Además, son tan pequeños (y sobre todo tan ricos) que seguro que no sobrará. Y en cualquier caso pueden guardarse, el pollo frío está igual de bueno  y va muy bien como una original tapa para acompañar una copa o una cerveza.

Ingredientes para cuatro personas       

24 alitas de pollo
Una taza grande de salsa de tomate
250 gramos de rabanitos
Dos cucharadas de estragón picado
Un vaso de brandy
Dos hojas de laurel
Sal
Pimienta

Para comenzar recortamos las alitas quitándoles las puntas, que desecharemos,  y separando el muslito del resto que guardaremos para otras preparaciones, (se pueden congelar) como por ejemplo estas deliciosas croquetas. A  continuación las salpimentamos,  las ponemos en una fuente honda y las cubrimos con un marinado hecho con el brandy y el estragón. Si no dispone de estragón fresco puede usarse seco. En este caso muélalo un poco con el mortero.  Dejamos en adobo durante al menos cuatro o cinco horas, aunque es mejor preparar la noche anterior. 

Lavamos muy bien y pelamos los rabanitos que pondremos a asar envueltos en papel cebolla, con el horno a unos 180º, unos treinta-cuarenta minutos, pero vigile y sobre todo fíese de su propia experiencia con su horno. Cuando ya estén, apartamos algunos para adornar los platos, trituramos el resto y salpimentamos. Mezclamos con la salsa de tomate en iguales proporciones y reservamos. Colamos el marinado, limpiamos los trozos de las alitas con un paño y las colocamos en una fuente  con las hojas de laurel, las regamos con parte del brandy del  marinado, y las ponemos al horno, precalentado a 180º durante 45 – 60 minutos, regándolas de tanto en tanto con lo que queda del marinado. A media cocción las embadurnamos con la salsa de tomate y rabanitos y dejamos que acaben de hacerse dándoles vuelta de tanto en tanto hasta que estén tiernas. Al servir, adornar el plato con uno o dos de los rabanitos asados abiertos en cruz.

21 de enero de 2012

Calabacines gratinados rellenos de langostinos

Los calabacines contienen vitaminas del grupo B (B1, B2 y B6), así como C y son una buena fuente de potasio, además de presentar pequeñas cantidades de magnesio, fósforo y hierro.   Gracias a su contenido en mucílagos son un alimento cuyo consumo se aconseja especialmente a las personas con problemas digestivos como gastritis o estreñimiento. Al ser ricos en potasio y pobres en sodio tienen acción diurética, por lo que resultan muy indicados contra la retención de líquidos. Son beneficiosos en caso de hipertensión, exceso de ácido úrico,  gota y cálculos renales. El calabacín puede usarse en las dietas de adelgazamiento por su ausencia casi total de grasas y por su gran contenido en agua, aunque hay que tener en cuenta que es una hortaliza que absorbe gran cantidad de aceite, por lo que es mejor comerlo hervido, asado o a la plancha, o incluso crudo en ensalada. La temporada natural del calabacín es el verano, aunque se encuentre  en el mercado todo el año, por eso los mejores calabacines son los que se podemos comprar  durante los meses de julio agosto y septiembre. Al comprarlos debemos elegir los que sean pequeños o medianos (los demasiado grandes suelen tener muchas pepitas) y aquellos de piel lisa y brillante, que debe de ser dura y tersa y sin manchas. Además del fruto, de la planta del calabacín también pueden consumirse sus flores, que pueden presentarse como guarnición de otros platos y que es posible preparar cocidas, asadas, fritas o incluso rellenas. Preparados rellenos, los calabacines constituyen un plato delicioso y al que es muy fácil enriquecer con otros aportes nutritivos, como carne o mariscos. Hoy vamos a hacerlos rellenos de langostinos, un plato ligero y delicioso.

Ingredientes para cuatro personas.
Cuatro calabacines medianos
750 gr de langostinos frescos
Dos cebollas rojas  medianas
250 gr de queso emmental rallado
Dos dientes de ajo
8 cucharadas de perejil picado
Dos hojas de laurel
Sal
Pimienta
Aceite de oliva

Comenzaremos pelando los langostinos y quitando las cabezas. (Con estas cabezas y pieles más un par de hojas de laurel, un casco de cebolla y una zanahoria podemos preparar un caldo que es posible congelar y guardar para otras preparaciones.) Ponemos a cocer los langostinos en una olla con abundante agua a la que añadiremos las hojas de laurel; cuando el agua está hirviendo echamos los  langostinos, dejándolos hasta que el agua vuelve a hervir, sacándolos entonces con una espumadera  a un recipiente con agua fría y sal. Reservamos. Lavamos bien los calabacines quitándoles los extremos. Los cortamos en dos longitudinalmente y los vaciamos con cuidado, dejando una pared de un centímetro, más o menos; reservamos. Picamos en juliana muy fina la cebolla y los ajos y los ponemos a pochar en una sartén con el aceite, a fuego suave, hasta que la cebolla esté blanda. 

Añadimos la pulpa de los calabacines cortada también en  juliana y rehogamos cuatro o cinco minutos removiendo con cuidado para que no se aplaste mucho. Salpimentamos al gusto, pero recuerde que el queso ya lleva sal. Troceamos los langostinos, reservando algunos enteros para adornar la presentación, y los agregamos a la sartén. Rehogamos un par de minutos más, escurrimos bien el exceso de aceite (con ayuda de un colador grande, por ejemplo) y reservamos. Ponemos ahora los calabacines a hervir al vapor, cuidando que queden más bien al dente (unos  seis o siete minutos deberían ser suficientes.) Cuando estén, los sacamos y vaciamos del agua que puedan tener de la cocción (ojo, no se queme) y los rellenamos con el preparado de los langostinos al que añadiremos el perejil picado. Cubrimos con el queso y llevamos al horno, precalentado a unos 180º, gratinando hasta que el queso funda y tome un bonito color dorado. (Un truco: tenga el queso fuera de la nevera un par de horas antes de usarlo, fundirá más rápidamente.) Podemos servir espolvoreado con perejil picado y adornado con un langostino entero que pasaremos por la plancha, vuela y vuelta, con una pizca de sal.

19 de enero de 2012

La piel que habito

Pedro Almodóvar
Algún día habrá que hacer un análisis freudiano de la obra de Pedro Almodóvar. Se verá entonces que una de las constantes en la obra de este director es lo que filósofos y sociólogos llaman la dialéctica de los sexos, tanto en sentido clásico como marxista. Pero al contrario de lo que sostienen Engels y sucesores (desde Simone de Beauvoir a Shulamith Firestone), parece que Almodóvar no ve a la mujer como sub-yugada por el (o sea, bajo el yugo del) macho, sino como matriarca dominante, y quizá incluso como madre castradora, véase la Marilia/Marisa Paredes en este filme. Ya a partir de sus primeros filmes, la mujer ha jugado no sólo un papel protagonista, sino un rol determinante (y dominante) en las historias almodovarianas (esas famosas, pero yo creo que erróneamente entendidas, chicas-almodóvar). En casi todas las películas, sus mujeres han dominado-eliminado, sea cual sea el sentido que le demos a eliminar, a los personajes masculinos, siempre la parte más débil de sus películas, sea cual sea el sentido que le demos a débil. Desde la Gloria/Carmen Maura de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), hasta el híbrido Vicente-Vera Cruz de esta La piel que habito (esa mujer que es un hombre que es una mujer, doctor Freud, doctor Freud...), la hembra ha sojuzgado al varón con un pretexto u otro; baste recordar a la mantis religiosa María Cardenal/Assumpta Serna de Matador (1986) deshaciéndose de sus amantes (con un procedimiento, dicho sea de paso, tomado, digo, puesto que en el cine no existe el plagio, nada menos que de El ladrón de Bagdad de 1940, aquella deliciosa delicatesen dirigida a tres manos por  Ludwig Berger, Michael Powell y Tim Whelan); todas estas mujeres  no son sino prototipos, bajo distintas advocaciones, de la mater dominatrix anuladora del hombre. Viene esto a cuento de que se ha creído ver en La piel que habito un giro en la obra de Almodóvar, cuando el giro, si es que existe, se queda en lo puramente formal, pues el peculiar y personal universo almodovariano sigue intacto, obsesivamente igual a sí mismo. Lo que no tiene por qué ser malo, por supuesto. Otra cosa es que ese supuesto giro, aunque sólo sea en lo formal, suponga un enriquecimiento en la manera de hacer cine de nuestro hombre. Y no. Porque no sólo estamos ante lo que a mi juicio es la peor película de Almodóvar, sino sencillamente ante una película muy mala. Basada muy, muy libremente, como no podía ser de otra manera con Almodóvar, en una novela de Thierry Jonquet (Mygale, 1984. Publicada en español como Tarántula por Editorial Júcar en 1986 en traducción de Lourdes Pérez González) el guión intenta amalgamar, sin conseguirlo en ningún momento, tres géneros distintos: el terror (que sólo produce risa: el terror, en el cine, es algo más sutil que fotografiar escenas a contraluz o con muy poca luz); la ficción científica con la que  consigue niveles de sonrojante ridículo, y el habitual melodrama marca de la casa que aquí no pasa de vergonzoso culebrón televisivo, con apuntes de sexo (cuasi) explícito que podrían formar parte de una antología de lo más cutre del porno, y donde, eso sí, alcanza las más altas cotas de lo grotesco.  
Como Almodóvar no acierta a ensamblar esos tres géneros, la historia avanza a tropezones, a lo que contribuye un uso más que arbitrario del  flashback para explicar una historia por lo demás harto absurda, sin encontrar en ningún momento el tempo narrativo adecuado. El típico ambiente almodovariano llega aquí a excesos casi sublimes de rebuscamiento; pretencioso y fatuo en la superabundancia de referencias culturales, irritante en su habitual barroquismo estilístico, como esos picados cenitales que tanto le gustan y de los que tanto abusa… Si los héroes almodovarianos han pecado siempre de irreales, aquí alcanzan el grado más alto de lo artificioso. Los actores luchan, y pierden, todos, la batalla frente a unos personajes no ya de cartón piedra, sino de plastilina, con desatinadas sobreactuaciones, quizá para compensar la apatía interpretativa de Antonio Banderas, que confunde frialdad con inexpresividad (y que habla como los políticos: haciendo una pausa entre palabra y palabra, qué horror) y donde sólo la veteranía de Marisa Paredes consigue de vez en cuando dar algún viso de veracidad a lo que hace…  Nos queda la admirable, eso sí, fotografía del maestro Alcaine que junto a  la banda sonora de Alberto Iglesias, eficaz como siempre, es de lo poco bueno de la función. Pero pese a premios, nominaciones y críticas ditirámbicas de los exaltados y acríticos seguidores del director manchego, me temo que estamos ante un verdadero fiasco. Y no, no hay giro en el estilo ni en el concepto de narración cinematográfica.  Salvo que sea de 360 grados, claro. Almodóvar sigue siendo Almodóvar. Lo siento, don Pedro.
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Ficha: 
Título original: La piel que habito
Año de producción: 2011
Duración: 117 min.            
País:  España
Director: Pedro Almodóvar
Guión: Pedro Almodóvar
Música:  Alberto Iglesias
Fotografía: José Luis Alcaine
Reparto: Antonio Banderas, Elena Anaya, 
                 Marisa Paredes, Jan Cornet, 
                 Blanca Suárez, Bárbara Lennie, 
                 Eduard Fernández, Roberto Álamo, 
                 José Luis Gómez, Fernando Cayo, 
                 Susi Sánchez
Género: 
Thriller. Drama. Melodrama

17 de enero de 2012

El almuerzo desnudo

David Cronenberg
Es comprensible la atracción que sobre el Cronenberg  guionista/director tiene que ejercer la obra de un escritor como William Burroughs y en especial este Almuerzo desnudo publicado en 1959, tanto por la temática como por el tratamiento narrativo que Burroughs utiliza en él. Veamos: desde su primer trabajo para el cine, (escrito, filmado, editado y dirigido por él mismo, Wikipedia dixit), el cortometraje Transfer de 1966, y ya resulta bien significativo el título, Cronenberg dio muestras de lo que iba a ser una de las principales obsesiones de su carrera: eso que podríamos llamar la vida interior, que en el cine viene a significar que se concede una especial importancia a la visión más psicológica de los personajes (supongo). Un detalle igualmente significativo: el propio director ha dicho que su obra debe ser contemplada "desde el punto de vista de la enfermedad” y conviene no olvidar que Burroughs decía que Language is a virus, y que a deshacerse de ese virus que es el  lenguaje dedicó una  gran parte de su obra. Quizá Cronenberg, malgré lui même, no alcance las mismas cotas de calidad experimental, pero es indudable que también él ha lo ha intentado con el lenguaje que le es propio, es decir el del cine. El problema es que adaptar al cine una obra de pura literatura como Naked Lunch resulta virtualmente imposible, ya que no posee el menor asidero formal sobre el que construir una historia: la novela, un peculiar monólogo interior de William Lee, una especie de alter ego de Burroughs, carece por completo de desarrollo lineal y gira en espiral alrededor de las obsesiones/alucinaciones producidas por la droga en el narrador, en un aluvión de imágenes literarias difícilmente  traducibles a imágenes cinematográficas. Así, Cronenberg echa mano de un truco un poco ingenuo y quizá no del todo honesto:  bajo el pretexto de describir el proceso de escritura de la novela, usa el tirón del título (un punto escandaloso, al menos a principios de los años 90, aunque ha corrido tanta agua desde entonces que hoy casi queda ingenuo todo lo que aquí se cuenta…
he ahí otro problema de este almuerzo: ha envejecido mal, se ha quedado un poco rancio) para ofrecer, en realidad, un pastiche de varias obras de  Burroughs  en el que mezcla también datos biográficos del mismo, incluyendo la presencia de escritores amigos del autor (Jack Kerouac y Allen Ginsberg o Paul y Jane Bowles son fácilmente reconocibles en algunos personajes de la película.) No sería mala idea, claro, si el resultado fuese un poco más satisfactorio. En el aspecto formal, Croneneberg  utiliza imágenes fotografiadas en un color estridente y sobresaturado de una nitidez ¿alucinatoria? que  termina fatigando más que sugiriendo. Quizá confundiendo cercanía con aproximación ¿psicológica? abusa un tanto de los primeros planos, con resultados poco convincentes:  parecería que los actores no acaban de creerse a sus personajes, y así, Peter Weller sólo resulta inexpresivo; Judy Davis en su doble  papel de Joan Frost/Joan Lee sobreactúa y gesticula en un intento, me figuro, de dar algo de carne a un personaje demasiado tópico, mientras que Iam Holm  se muestra tan amanerado como siempre… hasta los jóvenes gays son en exceso hermosos y gays…  Al intentar contar linealmente una inexistente historia, el desarrollo narrativo avanza un poco a tropezones, con una exasperante arritmia, sin encontrar nunca ese punto en el que se confunden realidad y alucinación que es el eje de la novela; no hay esa experimentación con el lenguaje que empapa al libro, aquí todo es plano, y tópico… y por lo tanto un poco aburrido. Pretenciosa y fallida como algún crítico la describió en su estreno, es sin embargo una interesante muestra del esfuerzo de Cronenberg por hacer un cine otro, y en ese sentido es una película muy de agradecer… aunque el sentimiento dominante tras verla sea la frustración.
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Ficha:
Título original: Naked Lunch
Año de producción: 1991
Duración: 115 min.            
País:  Canadá
Director: David Cronenberg
Guión: David Cronenberg
Música:  Howard Shore
Fotografía: Peter Suschitzky
Reparto:Peter Weller, Judy Davis, Ian Holm, 
                Julian Sands, Roy Scheider, 
                Nicholas Campbell, Monique Mercure, 
                Michael Zelniker, Joseph Scorsiani, 
                Robert A. Silverman, Mathilda May
Género:  Fantástico

14 de enero de 2012

Patatas guisadas con costillas.

El cerdo tiene la (mala) fama de ser un alimento especialmente rico en colesterol, aunque esta idea está muy lejos de ser cierta, ya que su contenido es muy inferior a la de otros productos como el huevo, la mantequilla o los quesos. La carne magra del cerdo contiene entre 60 y 80 miligramos de colesterol por cada 100 gramos, un nivel más bajo que el de algunas carnes de cordero y vaca. La carne del cerdo es además una excelente fuente de proteínas, contiene ácido oleico,  es muy nutritiva, y aporta una buena cantidad de minerales (Hierro, magnesio, fósforo, potasio, zinc…) así como casi todas las vitaminas del grupo B. En todo caso, si seguimos unas mínimas reglas a la hora de cocinarlo (eliminar la grasa visible, guisarla sin añadir otras grasas, desgrasar  las carnes en salsa y los caldos…) podemos conseguir unos platos ricos y sabrosos con no más colesterol que con otras carnes.

Ingredientes para cuatro personas
750 gr de costillas de cerdo adobadas
4 patatas medianas
Una cebolla roja
Dos puerros
Un pimiento verde
Un vaso de vino blanco
El caldo de cocer las costillas
Dos dientes de ajo
Dos clavos de olor
Un chorro de aceite de oliva
Una pizca de sal

Para esta preparación coceremos con suficiente antelación las costillas a fin de poder desgrasar fácilmente el caldo resultante, mejor si lo hacemos el día anterior. Las costillas pueden ser frescas en lugar de adobadas. En ese caso, incluya media cucharadita de pimentón en los ingredientes. Comenzamos quitando la grasa visible de las costillas y las ponemos en la olla (puede ser la olla exprés) junto con el vaso de vino, el agua necesaria hasta cubrir las costillas y los clavos de olor. 

Cuando estén cocidas (la carne debe desprenderse fácilmente del hueso) colamos el caldo, deshuesamos las costillas quitando toda la grasa que quede y lo reservamos.  Lavamos, pelamos y picamos en trozos grandes las verduras, rompemos las patatas para que al cocerlas suelten el almidón y espesen el guiso, y en una olla con el aceite sofreímos ligeramente los ajos picados. Si está utilizando costillas frescas, añada ahora el pimentón. Agregamos todas  las verduras y pochamos durante unos diez minutos, cuidando que no se quemen. Ojo con la sal, las costillas adobadas ya llevan suficiente. Añadimos el caldo desgrasado y la carne de las costillas y dejamos hacer hasta que las verduras estén tiernas, moviendo la olla de vez en cuando para que las patatas suelten el almidón. Recuerde que los guisos quedan mejor si los dejamos reposar un buen rato antes de servir.

12 de enero de 2012

El Havre

Aki Kaurismäki
Kaurismäki siempre consigue desconcertar a esa parte de la crítica que necesita tener bien etiquetados, y ordenados por épocas, tendencias  y sobre todo influencias, a los directores y a sus obras. Su peculiar y personalísimo  estilo, en el que un humor no demasiado ajeno a los clásicos mudos enmascara el profundo dolor de unos personajes situados siempre en los márgenes de la sociedad, convierte sus películas en un producto  de difícil asimilación en una época en la que las sutilezas estilísticas y narrativas no pasan del nivel de las explosiones que inundan los filmes made in Hollywwod. A Kaurismäki se le han adjudicado ascendientes que van desde Bresson a Jarmusch pasando por el inevitable Buñuel tratando de explicar una producción que no se ajusta a lo que se entiende por cine actual. Y sin embargo, Kaurismäki trata en todas sus películas de asuntos tan actuales como la injusticia social en esta El Havre, la solidaridad en Nubes pasajeras ( Kauas pilvet karkaavat, 1996), la tristeza  en La chica de la fábrica de cerillas (Tulitikkutehtaan tyttö, 1990) o la soledad en Un hombre sin pasado, ( Mies vailla menneisyyttä, 2002). Quizá el hecho de recurrir a ese especial sentido del humor o el huir de los excesos formales tan frecuentes hoy,  quizá el hecho de que su cámara no parezca sufrir de reiterados ataques epilépticos y se acerque a los personajes sin agredirlos, despiste, claro, habituados como estamos a la narración vociferante o la simpleza narrativa de las series de televisión.  Se ha definido a Kaurismäki  como un pesimista alegre porque todas sus películas parecen rezuman optimismo a pesar, paradójicamente, de la vena de profunda tristeza que recorre sus historias (pero ¿acaso un pesimista no es sino un optimista bien informado?), y  El Havre  no es una excepción, a pesar de su apariencia de cuento de hadas donde sí ocurren los milagros (contrariamente a lo  que dice el personaje de Kati Outinen).  
Pero es un  cuento de hadas sin hadas, donde los milagros deben producirlos esos pobres mortales que luchan a diario quizá consigo mismos en primer lugar. En El Havre está el Kaurismäki más puro, el que hace cine social sin maniqueísmos, el que observa con profundo respeto y compasión a sus personajes, el que utiliza la ironía con una sutileza deslumbrante como en ese fascinante concierto de rock de Little Bob que le hiela a uno la sangre de pura tristeza… después de haber reído, y donde ciertamente es posible encontrar ecos de Buñuel .  Está el estilo narrativo claro y transparente sin rebuscamientos innecesarios que caracteriza al finlandés, directo como un puñetazo en pleno rostro; y está su triste, comprensiva mirada sobre un mundo poblado por marginados y fracasados de toda condición, la humana ante todo. Y está su permanente lección en la dirección de actores, (espléndidos André Wilms  y Kati Outinen).  No es un film para reír, El Havre, como han dicho casi todos los que han escrito sobre él, porque el humor de que hace gala André Wilms/Marcel Marx, por poner un ejemplo, es el humor-arma de quien sabe que sólo puede contar consigo mismo, de quien sabe que  hoy la forma más subversiva de comportarse es, qué tristeza, qué razón tiene Kauirismäki, ser solidario. Lo que sí es El Havre es una película, en fin, absolutamente recomendable.
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Ficha:
Título original: Le Havre
Año de producción: 2011
Duración: 93 min.            
País:  Finlandia-Francia-Noruega
Director: Aki Kaurismäki
Guión: Aki Kaurismäki
Música:  (Varios autores)
Fotografía: Timo Salminen
Reparto: André Wilms, Kati Outinen, 
                 Jean-Pierre Darroussin, 
                 Blondin Miguel, Elina Salo, 
                 Jean-Pierre Léaud, Evelyne Didil
Género: 
Comedia dramática

10 de enero de 2012

Cazuela de almejas y mejillones

A pesar de que el mejillón está considerado  (erróneamente, a mi juicio) como un hermano pobre de otros mariscos, es un alimento muy gustoso, y sus valores alimenticios son muy superiores a los de otras especies de moluscos. Por ejemplo: los mejillones tienen un alto contenido en hierro que, además, se asimila muy bien en el intestino  por lo que son especialmente indicados para personas con anemia ferropénica. Su aportación de potasio ayuda a controlar la hipertensión y la retención de líquidos, y es rico en vitaminas del grupo B, y su elevado contenido en glucosaminas, el antiinflamatorio natural más potente, los hace de especial utilidad en los problemas articulares como el reuma, la artritis y la artrosis. En cuanto a las almejas,  no sólo son uno de los moluscos más sabrosos  sino que sus propiedades nutritivas las convierten en un alimento sano y apto para cualquier ocasión ya que además de tener muy poca grasa, entre el 0,5 y el 2% de su composición, aportan sólo 47 calorías por cada 100 gramos de porción comestible.  Contienen vitaminas, principalmente  B12, así como B2, B3, A y C. Entre los minerales destaca la presencia de fósforo, y también hierro, magnesio o potasio.  (Cuidado en  caso de  hipertensión: las almejas contienen 36 mg de sodio por 100 g.) 

Ingredientes para cuatro personas:
Un kilo y medio de mejillones
750 g de almejas
Una cebolla grande
Un pimiento verde
250 cl  de vino blanco
2 cucharones del agua de cocer los mejillones
Aceite de oliva
Pimienta
Una guindilla
Una pizca de sal
Una cucharada de perejil picado
Una cucharada de cilantro picado
Dos hojas de laurel

Ponemos las almejas en un bol con agua y sal durante 10 ó 15 minutos para que expulsen toda la tierra, lavándolas después con abundante agua. Limpiamos muy bien los mejillones y los ponemos al fuego en una olla con un poco de agua y las hojas de laurel, retirándolos en cuanto se abran. Cuando se hayan enfriado un poco, quitamos una de las conchas a los mejillones, colamos el caldo y lo reservamos. Cortamos la cebolla en aros finos y luego en mitades para que queden a modo de tiras, procedemos igual con el pimiento verde y lo ponemos todo a pochar a fuego lento en una cazuela (a ser posible, de barro) con suficiente aceite de oliva. Cuando estén blandos quitamos todo el aceite y escurrimos bien. Añadimos el vino blanco, las hierbas picadas y la guindilla cortada en rodajas y sin las semillas, esperamos que reduzca un poco y agregamos dos cucharones del caldo junto con los mejillones. Dejamos cocer unos minutos, rectificamos de sal si es necesario y ponemos las almejas. Apagamos el fuego en cuanto se abran y dejamos reposar un ratito antes de servir.