16 de octubre de 2011

El árbol de la vida

Tras el habitual y largo paréntesis en su carrera, (seis años esta vez, desde El nuevo mundo, en 2005), genial para unos, insoportablemente pretencioso para otros, Terrence Malick ataca de nuevo. 
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Y esta vez lo hace utilizando la artillería pesada con una catarata de imágenes, un diluvio de símbolos, donde desde la elección de los motivos clásicos de la banda sonora, (El Requiem de Berlioz, la segunda sinfonía de Brahms, la primera de Mahler…) contrastando con el  minimalismo de la música original  de Alexander Desplat, todo parece ideado para apabullar al sufriente espectador. Ya desde la elección de la mínima anécdota en la que se basa el guión, las obsesiones malickianas llegan aquí al paroxismo: sobre todo en su pesimista visión de la maldad intrínseca del hombre (esa idea tan cara a los fundamentalistas del puritanismo cristiano del que Malick parece formar parte) enfrentada a la grandiosa belleza de la naturaleza. Para ello se sirve de una muy convencional anécdota: las problemáticas relaciones de un autoritario padre de familia con su esposa y sus hijos, rememoradas por uno de ellos a través de una serie de flashbacks que van de la América de los años 50 a la actual y que si contribuyen a hacer más compleja y descoyuntada una  narración que poco tiene que ver con el estilo lineal, en nada ayudan a enriquecerla, pues todo consiste en insistir de forma reiterada en secuencias de niños jugando, niños corriendo, niños comiendo… siempre con el temor reflejado en los rostros, secuencias que se van alternando con otras de la esposa acobardada, la esposa tratando de proteger a los niños… siempre con el temor reflejado en su rostro, mientras el personaje que va recordando se mueve en escenarios tan absurdos como aparentemente caprichosos.  
Y no es que eso, la falta de linealidad narrativa sea malo, claro que no, pero venir a estas alturas del curso y después de Buñuel o Godard sin ir más lejos, sentando cátedra de originalidad por ello resulta un tanto excesivo, diría yo. En lo formal, las imágenes rodadas muchas veces cámara en mano, hacen pensar que el director se ha adherido al movimiento Dogma 95 o quizá que está homenajeando al free cinema inglés, pero no. Basta fijarse un poco en el retorcido  preciosismo de las imágenes tan bellamente fotografiadas por Emmanuel Lubezki para desechar semejantes ideas. El abuso de los contraluces entre flotantes cortinas de gasa, los obsesivos primeros planos… todo lleva el signo de la personalidad de Malick. Por no hablar de ese desconcertante homenaje al National Geographic: cerca de veinte minutos de abrumadoras imágenes que van desde las galaxias a los dinosaurios pasando por las medusas o las espiroquetas con parada en la fumarolas y los lagos burbujeantes de Yellowstone, y que no se sabe muy bien a qué necesidad narrativa obedecen. En cuanto a la estructura de la película, Malick no se complica la vida y recurre a su viejo esquema de siempre. Todas sus películas se inician con una voz en off que, o nos cuenta lo que estamos viendo, o nos pone en antecedentes de algo teóricamente vital para la historia como ya hizo en Malas Tierras (Badlands) en 1973, su primera película, o nos advierte de lo que se avecina. Y El árbol de la vida no es la excepción aunque aquí Malick pica más alto y nos obsequia con una cita del Libro de Job en la voz del mismísimo Yahveh. (Por cierto, y comentario al margen: en la versión de la película doblada al castellano, esta voz en off  sobre las palabras impresas en la pantalla comete un error: la cita no es del versículo 38 del Libro de Job, sino del capítulo 38, versículos 4 a 7.) Y para que nada falte, también tenemos la violencia explícita, otra constante en su obra, a veces llevada hasta la truculencia como en algunas secuencias de La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998), y que aquí se concentra en la actitud de ese padre que aterroriza a su familia con su autoritarismo. Por lo demás, sigue jugando con los mismos símbolos que lleva usando desde hace 42 años: también El árbol de la vida comienza con una muerte como en  Malas Tierras (Badlands, 1973) y Días del cielo (Days of Heaven, 1978). Como en todas sus películas, también en esta está presente el fuego, ¿quizá como metáfora de la cristiana purificación a que ha de someterse el hombre? Sólo que aquí el fuego es un fuego cósmico, el fuego por antonomasia a la altura de las pretensiones del resto de los símbolos, reflejado en las explosiones volcánicas, solares y galácticas…
Hay otro problema en el cine de Terrence Malick, y es, desde mi punto de vista, la selección de los actores. Porque si es a través de sus personajes que Malick quiere expresar esa intrínseca maldad humana, debería convertirlos, dada su pretensión de trascendencia, en arquetipos a la manera, digamos shakespeariana. Pero mal lo tiene, aparte de por la vacuidad new age de sus guiones, con actores de la (escasa) talla interpretativa de los que elige. Pues de la misma forma que en Malas tierras Martin Sheen convierte a  Kit Carruthers en un descerebrado niñato más tonto que perverso, o que Richard Gere en Dias del cielo  parece más terrenalmente despistado que metafísicamente extraviado, en El árbol de la vida Brad Pitt da más la impresión de un cabezota con pocas neuronas que de un malvado pater familias mientras que Sean Penn por su parte está siempre más cabreado que traumatizado.
¿Y qué más? Pues poco más, quizá la idea de la redención humana por el perdón, si es que es eso lo que el final sugiere. Es decir, que poco de nuevo hay bajo el sombrero de este nuevo malick, y que es inevitable salir del cine con la impresión de que el genio está matando moscas a cañonazos, por seguir con la vistosa metáfora del principio de este comentario.
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Ficha:
Título original: The Tree of Life
Año de producción: 2011
Duración: 138 min.            
País: Estados Unidos
Director: Terrence Malick
Guión: Terrence Malick
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Reparto: Brad Pitt, Jessica Chastain,
              Hunter McCracken, Sean Penn,
              Laramie Eppler, Tye Sheridan,
              Fiona Shaw, Crystal Mantecon,
              Pell James, Joanna Going,
              Kari Matchett, Michael Showers

Premios: Cannes 2011, Palma de Oro 
               mejor película
Género:  Drama