27 de noviembre de 2011

Patatas guisadas con langostinos y mejillones

Este es uno de esos inventos  con los que se trata de aprovechar los restos de otras preparaciones y en los que el resultado es tan  satisfactorio que vale la pena elevarlo a la categoría de receta. Es tan simple como guisar unas patatas a las que se añade algunas verduras más y unos langostinos y mejillones. Es aconsejable que los langostinos sean frescos y que el vino utilizado sea de buena calidad.

Ingredientes para cuatro personas:
Cuatro patatas medianas
Una cebolla
Dos  puerros
Una zanahoria
Una rama de apio
Dos dientes de ajo
500 cl de vino blanco
500 cl de caldo de pescado
Una docena de langostinos frescos
Un kg de mejillones
Sal
Media cucharadita de pimentón
Pimienta
Aceite de oliva
Tres o cuatro hojas de laurel.
Unas ramitas de perejil

En una cazuela con un chorro de vino y un poco de agua, más un par de hojas de laurel, ponemos los mejillones limpios y los dejamos que se abran.  Retiramos del fuego y reservamos. Pelamos los langostinos  y reservamos la carne. Ponemos las cabezas y las carcasas a hervir con un vaso de agua y un par de hojas de laurel durante tres o cuatro minutos. Colamos  y le añadimos el agua de los mejillones  hasta completar, aproximadamente,  medio litro de caldo. Pelamos y cortamos todas las verduras en trozos gruesos.  Pelamos y cachamos las patatas también en grueso. En la olla donde las vayamos a hacer ponemos un  chorro de aceite y a fuego suave doramos ligeramente los ajos  picados, añadimos las verduras y las patatas y lo sofreímos todo durante unos siete u ocho minutos, removiendo de vez en cuando con cuidado para no aplastar las verduras. 

Agregamos el pimentón, salpimentamos y rehogamos un par de minutos más. Regamos con el vino, completando con caldo si fuera necesario hasta cubrir las verduras, tapamos y dejamos que vaya cociendo a fuego suave, añadiendo más caldo según se vaya consumiendo pero sólo lo justo para cubrir el guiso, removiendo la olla para que las patatas suelten el almidón y vaya espesando. Cuando ya estén blandas las patatas agregamos los langostinos y la carne de los mejillones, dejamos cocer tres o cuatro minutos más, apagamos el fuego y dejamos reposar un ratito antes de servir espolvoreadas con el perejil picado.

25 de noviembre de 2011

Another year

Mike Liegh
En Another year sigue Mike Leigh su personal indagación entre los desheredados de la tierra, los que habitan esa franja de la vida en la que caben todos los fracasos, todas las frustraciones, todas las soledades. No es un director optimista, Mike Leigh, y quizá no haya muchas razones para serlo, pero este hombre tiene una especial debilidad por mostrar el lado sórdido de la existencia para poner al descubierto las miserias de unas relaciones humanas, donde bajo el tenue barniz de la compasión, sólo ve indiferencia e hipocresía. Ya con Grandes ambiciones (High Hopes, 1988) que le valió el premio de la FIPRESCI en Venecia, mostró Leigh  el que sería su estilo y sus intenciones: una mirada casi de entomólogo para mostrar las miserias de la humana condición con una crudeza que puede llegar a la truculencia, como en Indefenso, (Naked, 1993 por el que recibió el premio al mejor director en el festival de Cannes) que comienza con la violación de una puta. Cierto que con Secretos y mentiras (Secrets & Lies , 1996) su paleta pareció perder algo de la negrura de la que hacía gala en Naked, aunque sólo fuera en el aspecto formal. Sus historias, todas con el trasfondo de la clase trabajadora británica, han hecho que se le clasifique entre los directores que hacen cine de denuncia social, como Stephen Frears y Ken Loach, herederos todos ellos de aquel  Free Cinema del que no es difícil encontrar huellas en sus obras. Y claro que algo hay de eso, pero  no sólo y no principalmente, aunque lo parezca en una primera aproximación. Porque Mike Leigh indaga sobre todo en las consecuencias que para la persona tiene esa situación social. Sus personajes muestran siempre las huellas de un desánimo íntimo que está por encima de su situación social y que trasciende su precariedad social o laboral y se convierte en su circunstancia, dicho sea en el sentido orteguiano. Eso es evidente en Secretos y mentiras sobre todo en el personaje que interpreta Brenda Blethyn antecedente y copia casi perfecta de la Mary (Lesley Manville) de este Another Year donde la tesis de Mike Leigh parece ser: estamos solos, hasta los amigos más próximos tienen al final  sus propias prioridades en las que casi nunca entramos nosotros.

Son los protagonistas de esta historia un matrimonio maduro y acomodado (esa clase media-media tan querida de este grupo de directores) que sirven de excusa para presentar una galería de personajes al límite y a los que Leigh observa con frialdad quirúrgica. No hay grandes alardes cinematográficos en su estilo: primeros planos que nos muestran esos rostros devastados, frecuente uso de la cámara en mano, una fotografía en tonos desvaídos… También aquí aparece su querencia por los héroes normales que le lleva a elegir actores no especialmente agraciados, una constante en su filmografía, o su afición a esa especie de estética del feísmo que convierte en claustrofóbico casi cualquier ambiente. Extraordinaria como suele la dirección de actores, soberbia Ruth Sheen como la compasiva pero en el fondo fría Gerri… Alguna pega hay que poner, claro, su excesiva longitud, por ejemplo, alguna reiteración innecesaria, la música de Gary Yershon, no mala pero quizá excesivamente lírica para la historia de desolación en la que nos sumerge el director… 
No, no es optimista Mike Leigh. No es tampoco compasivo, como algún crítico ha dicho. Es satírico, cruel a veces, lúcido siempre, de una honestidad sin grietas. Pero no es piadoso con sus criaturas: el final de este excelente Another  year es tan sombrío y desesperanzado que uno sale del cine con la certeza de que, como en la mirada vacía de Mary- Lesley Manville, hay poca esperanza para ninguno de nosotros. 


Ficha:
Título original: Another Year
Año de producción: 2010
Duración: 129 min.            
País: Inglaterra
Director: Mike Leigh
Guión: Mike Leigh
Música: Gary Yershon
Fotografía: Dick Pope
RepartoJim Broadbent, Lesley Manville, 
                 Ruth Sheen, Peter Wight,  
                 Oliver Maltman, Imelda Staunton,  
                 David Bradley, Karina Fernandez,  
                 Martin Savage, Michele Austin,  
                 Philip Davis, Stuart McQuarrie
Género: Drama

23 de noviembre de 2011

Secreto ibérico al ribeiro con setas.

 
El secreto ibérico es la parte del despiece correspondiente a  lo que sería la axila del cerdo,  una carne que acumula grasa infiltrada en la masa muscular  creando un veteado blanco que le proporciona una textura y un sabor extraordinarios, lo que convierte  a esta carne en un auténtico manjar.  Es tan buena que prácticamente sólo es necesario hacerlo a la plancha para disfrutarlo. Hoy sin embargo vamos a añadirle unas setas y un chorrito de ribeiro, en una preparación tan sencilla como suculenta.


Ingredientes para cuatro personas:
Cuatro filetes de secreto ibérico
300 gr. de gírgolas (setas de chopo)
300 gr. de setas variadas
Una cucharadita de romero seco
100 cl. de vino de ribeiro
Pimienta
Sal
Perejil
Aceite de oliva

Troceamos las setas, las salteamos ligeramente con un poco de aceite de oliva y las reservamos. 


Salpimentamos los filetes y los hacemos como a la plancha, pero en una sartén con un chorrito de aceite de oliva. Molemos cuidadosamente en el mortero el romero y cuando la carne ya esté hecha al gusto de cada uno, se lo añadimos junto con el vino y las setas, dejando que reduzca. Apagamos el fuego y dejamos reposar mientras hacemos las gírgolas  a la plancha. Servimos la carne acompañada de las setas  espolvoreadas con una pizca de perejil.

21 de noviembre de 2011

Un dios salvaje

Roman Polanski
Tengo la desazonadora impresión de que una, vez más, nos están vendiendo un modesto plato combinado como si fuera una refinada delicatesen para gourmets. Cierto que los ingredientes parecen de primera calidad: una (exótica) autora teatral de éxito, cuatro actores de (supuesta) primera fila, un prestigioso director… un tema con cierto morbo… Lástima que la salsa que debía unirlos no acaba de estar bien ligada y el resultado final es más decepcionante que satisfactorio. Críticos ha habido que han comparado esta modesta carnicería con la auténtica escabechina ejecutada por Mike Nichols en ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Who's Afraid of Virginia Woolf?, 1966) y es cierto que la obra de Yasmina Reza recuerda en exceso a la de Edward Albee, (cuatro personajes encerrados con ellos mismos como único juguete con el alcohol como detonante/desinhibidor con vomitona de uno de los personajes femeninos incluida) pero lo que en Albee (y en Nichols) es densidad dramática y dolorido cinismo, en Reza (y en Polanski) no pasa de ser un frívolo enredo, eso que ahora se llama una comedia-de-situación, amable subgénero televisivo que se aviene mal con las pretendidas solemnidades catárticas  con las que el marketing  ha envuelto este liviano entremés. Los restallantes latigazos verbales de Albee se quedan en Reza en tontorrona subversión del lenguaje políticamente correcto. Pero es que, claro, Reza no sólo no es Albee sino que ¿Quién teme a Virginia Woolf? está escrita en 1962, cuando aún no se había impuesto la moda de lo light. Sorprende más que Polanski, que ya había llevado teatro al cine en 1994 con La muerte y la doncella sobre la obra de Ariel Dorfman, parezca haber caído en la trampa de no saber si limitarse a filmar teatro o intentar algo en un lenguaje más cercano al cine y acabe incurriendo en un manierismo facilón que no es una cosa ni otra, (su composición de los planos parece siempre caprichosa y un poco como si no supiera donde colocar la cámara y acabara optando por dejarla en cualquier sitio) quizá tratando a pesar de todo de dar algún viso cinematográfico a un guión excesivamente lastrado por su origen teatral donde el efecto por acumulación puede funcionar, como esa continua interrupción a cargo del teléfono, chiste que quizá funcione en una comedieta de Eddie Murphy pero que aquí acaba por resultar irritante, o el continuo jueguecito de me voy-no me voy en el que alguna vaca sagrada de la crítica ha querido ver una analogía con El ángel exterminador quizá sin darse cuenta de que mientras Buñuel con eso provoca desasosiego, Polanski-Reza sólo consiguen que el espectador acabe por desear que la dichosa pareja se vaya de una vez. Nos quedan los actores de (supuesta) primera fila… Bueno, pues John C. Reilly borda su papel de tópico americano conservador, buenazo-porque-el cerebro-no-le-da-para-más y Christoph Waltz hace lo propio con su abogado marrullero, dos personajes tan triviales como agradecidos. Peor suerte tienen las chicas, a las que en un arranque de (supongo) solidaridad de sexo la autora a dotado de un carácter más… cómo diría… más intelectual. Cierto que Jodie Foster nunca ha sido una gran actriz, pero aquí sobreactúa sin parar dándonos un verdadero recital de muecas y tics puramente epidérmicos, mientras que Kate Winslet, hace lo que puede, que tampoco es mucho, con el personaje más flojo del flojo cuarteto. En cuanto al final, la cosa acaba tan abruptamente que lo mismo podría haberse producido media hora antes como tres horas después. La película tiene, no obstante, una cosa buena: sólo dura 79 minutos.



Ficha:
Título original: Carnage
Año de producción: 2011
Duración: 79 min.            
País: Francia - Alemania
Director: Roman Polanski
Guión: Roman Polanski, Yasmina Reza
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Pawel Edelman
Género: Comedia, Drama

19 de noviembre de 2011

Ratatouille

En su libro Cine o sardina cuenta Guillermo Cabrera Infante que siendo niños su madre les preguntaba a él y a su hermano si preferían “ir al cine o a comer con una frase festiva: ¿Cine o sardina?” Y aclara: “Nunca escogimos la sardina”. Pues bien, hoy nosotros nos libramos de semejante dilema porque vamos a hacer doblete: veremos una película (muy mala, eso sí) y comeremos una ratatouille. Y es que mencionar hoy día este pisto francés sin tropezar con el cine es imposible. Por lo tanto, y aunque iba a dejar aparte el invento made in Pixar, porque eso no es una película, es un mareo cargado de la barata moralina tan apreciada por el buenismo oficial estadounidense, y dado que se trata de uno de los filmes de animación más elogiados de todos los tiempos, (confieso mi perplejidad ante el aluvión de alabanzas recibidas por Ratatouille) y puesto que su argumento entra de lleno en el tema de esta bitácora… vale, hablaremos un poco de ella antes de pasar a la cocina.
 Seré breve: baste decir que Rataouille adolece de un guión lleno de todos los tópicos del género comedia-infantil-de-animación-con-animalitos. Que usa y abusa del truco típico para no decir nada pareciendo que se dice mucho: decirlo muy deprisa con el fin de no dejar al espectador que piense para que no se dé cuenta de que le están dando gato (o rata) por liebre. Eso sí, en ese aspecto, Ratatouille es un acierto: tiene el enloquecido ritmo convencional de las películas de acción de serie Z, aunque por lo menos en este caso no es sinónimo de dinamismo sino más bien de precipitación y confusión. Los personajes cubren toda la gama de los caracteres disneyanos sin que falte ninguno, como ese malísimo crítico gastronómico que es la viva imagen de la madrastra de Blancanieves… hasta que acaba convertido por el poder de esa ratatouille que da título al invento, elaborada entre el joven, inútil y encantador Linguini, su enamorada Colette y la rata Rémy, síntesis perfecta del amor, la amistad y la solidaridad y hasta de la convivencia. Y es que Pixar puede ser muy moderna en las formas, pero su ideología huele a naftalina, por decirlo suavemente… Por cierto que la receta de la tal ratatouille es lo mejor de la película, así que debemos felicitar al chef Thomas Kelle, autor de la idea. En lo que hace al dibujo, hay que congratularse de que los programadores de la casa hayan conseguido el software necesario para hacer posible ese perfecto sincretismo entre lo más moderno y lo más rancio del cine de animación.
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Ficha:
Título original: Ratatouille
Año de producción: 2007
Duración: 110 min.            
País: USA
Director: Brad Bird 
Guión: Brad Bird
Música: Michael Giacchino
Fotografía: Animación
Reparto: Animación
Género: Animación




Cumplido el trámite, vayamos a lo que íbamos. Antes de ser una famosa película, la ratatouille ya era un plato típico de la Provenza francesa, más concretamente de la zona de Niza, (su nombre completo es ratatouille niçoise  y tiene su origen en el verbo touiller que significa ‘remover’, que es la operación que se realiza al elaborar este plato. Wikipedia dixit). Como casi todo el mundo sabe, consiste en una mezcla de varias hortalizas aderezadas con hierbas aromáticas y aceite de oliva que suelen preparase cocinándolas en sartén a fuego suave. Esta forma de hacer las hortalizas tiene su correspondencia en toda la región mediterránea, desde Turquía hasta España (o desde Cádiz a Estambul, como dice el clásico) con las lógicas variantes locales. Mi ratatouille parte de la receta básica ligeramente modificada: he añadido calabaza e hinojo, dos hortalizas que no están en la versión original, y he cambiado las hierbas provenzales por una picada de perejil, cilantro, yerbabuena y albahaca, pero he conservado el aroma de romero de la Provenza utilizando un aceite de oliva aromatizado con esta hierba.

Ingredientes para cuatro personas.


Un calabacín mediano
Una berenjena
Un pimiento verde
Un pimiento rojo
Dos tomates maduros pero no demasiado blandos
Una cebolla
200 gramos de calabaza limpia
1/2 bulbo de hinojo
Dos dientes de ajo
Albahaca
Yerbabuena
Perejil
Cilantro
Sal
Pimienta
Aceite de oliva aromatizado con romero

Comenzamos picando las hierbas, en proporción a su gusto, (pero no sea tacaño con ellas) y las reservamos. Lavamos, secamos y picamos todas las verduras en trozos no muy pequeños. Fileteamos los ajos y los freímos en la sartén con dos cucharadas de aceite a fuego muy suave. Cuando estén dorados vamos añadiendo las hortalizas cuidando de ponerlas según los tiempos de cocción, empezando por las que tardan más en hacerse (la cebolla, el hinojo, los pimientos…) para seguir con las que tardan menos (la calabaza, el tomate, la berenjena…) y acabar con el calabacín, regando cada vez con un poco de aceite pero cuidando que no quede muy aceitosa y removiendo con cuidado para que las verduras no queden aplastadas. Recuerde que las verduras deben quedar blandas y suaves, hágalas siempre a fuego lento. Cuando ya esté, salamos, añadimos la picada de hierbas y la pimienta y dejamos unos minutos más para que se mezclen bien todos los sabores.
  

17 de noviembre de 2011

Sopa de ajo

La cocina tradicional es un auténtico tesoro del que no sólo se pueden extraer ideas para recetas nuevas actualizando o modernizando las viejas, sino un compendio de sabiduría a la hora de aprovechar los sobrantes de otros alimentos, con soluciones tan suculentas como la rica ropa vieja, o las migas, o la sopa de ajo, platos todos elaborados utilizando restos.
La sopa de ajo tradicional no lleva más que pan viejo, es decir, el que se ha quedado duro, aceite, ajos, pimentón y agua. Sólo muy raramente se añadía un huevo o trocitos de chorizo. La receta que hoy os propongo está basada en la idea de la sopa de ajo, pero con notables variaciones, por ejemplo el pan, que se freía, lo haremos tostado y el huevo lo añadiremos separando la yema y la clara. Es recomendable usar pan de hogaza y preferentemente de un par de días antes. El aceite será de oliva de buena calidad, y el huevo deberá ser fresco. Para el jamón no es necesario llegar al lujo de un jabugo, pero es preferible elegir uno de calidad y que no esté en exceso salado. El pimentón puede ser dulce o picante o mezcla de ambos, al gusto. No escatime los ajos: son la base de este riquísimo plato.Esta sopa de ajo debe prepararse en cazuela de barro y a ser posible en cazuelitas individuales.

Ingredientes para cuatro personas.
3/4 litro de caldo
Cuatro rebanadas de pan
Cuatro huevos
Cuatro cucharadas de jamón picado
Ocho dientes de ajo (como mínimo)
Una cucharadita de pimentón
Seis cucharadas de aceite de oliva
Ocho hojas de laurel
Sal
Perejil

Comenzaremos elaborando el caldo con suficiente antelación, mejor si lo dejamos hecho la noche anterior. Para ello hervimos, a fuego lento y en un litro de agua, 400 gramos de verduras variadas junto con un hueso de jamón y un par de huesos de caña durante una hora, salando ligeramente, recuerde que el jamón ya lleva sal. Dejamos enfriar, lo colamos y lo ponemos en la nevera un par de horas para que resulte más fácil desgrasarlo. Conseguiremos así una sopa más ligera, habida cuenta de que este es un plato bastante calórico. Una vez desgrasado lo ponemos a hervir. Mientras, pelamos y fileteamos los ajos que freiremos en el aceite, teniendo buen cuidado de que no se quemen. Una forma de hacerlo es ponerlos en la sartén con el aceite frío y a fuego bajo. Cuando estén dorados añadimos el pimentón y sofreímos un momento, subiendo un poco el fuego. Añadimos a la sartén un cazillo de caldo, lo movemos unos segundos y lo vertemos todo en la olla del caldo, dejando que hierva unos diez minutos más. Recuerde: siempre a fuego lento.

Colocamos una rebanada de pan, que habremos tostado previamente, y una cucharada del jamón picado y dos hojas de laurel en cada cazuelita. Añadimos caldo hasta cubrir el pan y lo llevamos al fuego para que siga hirviendo lentamente durante otros diez o quince minutos o hasta que el caldo haya espesado, ya que este proceso hará que el pan se esponje y ayudará a que el caldo espese. A media cocción rompemos la rebanada de pan con cuidado con una cuchara y movemos ligeramente la cazuela. Comprobamos la sal rectificando si es necesario. Conviene vigilar que no se quede sin caldo, si es necesario añadimos un poco más, pero debe quedar espesita. Ahora preparamos los huevos, separando las yemas de las claras, añadiendo primero la clara y moviendo con una cuchara para que forme a modo de hilos al cuajarse. Finalmente pondremos la yema con cuidado para que no se rompa y la dejamos un par de minutos, remojándola por encima con caldo de la propia cazuelita. Adornamos con perejil picado… y ya está.

13 de noviembre de 2011

Comer, beber, amar

Ang Lee
Por alguna extraña razón sobre la que alguna vez habrá que interrogarse, y a la que tampoco escapa Comer, beber, amar, la cocina (como arte, vale decir: la gastronomía) siempre se ha tratado en el cine en clave de eso que ahora se llama comedia (ay, si Lubitsch et alia levantaran la cabeza…) y sólo en el mejor de los casos  se le ponen unas gotitas de melodrama para rebajar un poco el empalago que el exceso de sensiblería deja en el producto final…  Y escribo producto final  consciente del sabor mercantil de la expresión, porque en definitiva en eso, en un producto meramente comercial, se ha convertido (también) el género Comedia en el cine actual. Pero esa deliciosa comedia que es Comer, beber, amar lleva el sello del genio de Ang Lee, y si bien eso no convierte a la película en una obra maestra, la vía un tanto socarrona en la que el director se instala sí la libra de la empalagosa dulzura del género, aunque quizá le sobren algunas gotas de almíbar en la demasiado conmovedora escena final, profesión de fe, eso sí, de Ang Lee en la posibilidad de pacífica convivencia de modernidad y tradición.
Ang Lee es una especie de director-todo-terreno del que se ha alabado su capacidad para rodar historias tan aparentemente heterogéneas como esa fantasía sobre artes marciales que es Tigre y dragón (Wo hu cang long, 2000) o los problemas sociales de la homosexualidad en El banquete de bodas (The Wedding Banquet, 1993) y Brokeback Mountain de 2005, o el culebrón decimonónico de denuncia social Sentido y sensibilidad (Sense and Sensibility, 1995) o la crítica social en La tormenta de hielo (The Ice Storm, 1997). Pero, ¿no aparece demasiadas veces en esta serie la palabra social? Quizá sea que esa aparente heterogeneidad del cine de Ang Lee no es sino la versatilidad del auténtico director de cine al estilo clásico para, en definitiva, bucear por caminos diversos en lo que en realidad le interesa, y que en este caso es, claro, la relación de ese extraño animal llamado hombre consigo mismo y con sus congéneres, esa relación que da lugar a los llamados problemas sociales presentes en toda la obra de Lee, algo que recuerda a los grandes como Fritz Lang o Billy Wilder maestros también de la diversidad y con los que Lee comparte en cierto modo, y salvando todas las distancias, que son muchas, esa especie de extrañamiento de quien vive en un entorno distinto del que le es propio.
En Comer, beber, amar, Ang Lee se enfrenta a una conflictiva relación generacional, problema que seguramente conoce bien, ambientada en la populosa Taipei de su Taiwan natal: un viejo cocinero, maestro de la cocina tradicional y sus tres hijas a una de las cuales, en un irónico guiño, Lee pone a trabajar en una hamburguesería, la misma ironía con la que convierte a otra de las hijas en cristiana que bendice esas mesas llenas a rebosar de comida china, o, en fin, en ejecutiva triunfadora a la otra hija que, curiosamente, será la que establezca el puente de unión con el padre, es decir, con la tradicción. Y es entre esos personajes que siempre están un poco a caballo entre el pasado y el presente donde Lee se mueve como pez en el agua, saltando del humor al drama, de la parodia al dolor en un ejemplo perfecto de control del tempo narrativo, como la introducción en la historia de la verborreica vecina que va a propiciar un divertido malentendido. O la sobria representación del dolor en la muerte del compañero del viejo Chu… Con un eficaz manejo de las comparaciones, la película bascula de la tradición que representa la manera de entender la cocina de Chu a la modernidad que encarnan sus tres hijas. Así por ejemplo, los planos generales del caótico tráfico de Taipei anteceden siempre a las secuencias del cocinero dedicado a su oficio, que Lee filma con primoroso cuidado. Con el mismo cuidado con el que dibuja a los personajes, atento siempre a sus miradas de las que se sirve con gran acierto para expresar sensaciones, sentimientos o estados de ánimo. Impagable la expresión de desconfianza que refleja la mirada de Chien-lien Wu (extraordinaria en toda la película) en la escena del restaurante con su compañero de trabajo. Impagables las miradas de todos los actores en la escena en la que el viejo Chu (extraordinario Sihung Lung en su composición del cocinero) anuncia que va a casarse… e impagable la sorpresa oculta detrás de ese anuncio.
A destacar, ya se ha dicho, el mimo con el que están filmadas todas las secuencias de cocina, una pequeña lección de la suntuosa gastronomía china, un disfrute que ese magnífico gourmet que es Ang Lee nos regala. Una verdadera delicia.
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Ficha:
Título original: Yin shi nan nu
Año de producción: 1994
Duración: 123 min.            
País: Taiwán
Director: Ang Lee
Guión: Ang Lee, James Schamus, Hui-Ling Wang
Música:Mader
Fotografía: Jong Lin
Reparto: Sihung Lung, Yu-Wen Wang,
                  Chien-lien Wu, Kuei-Mei Yang,
                  Sylvia Chang, Winston Chao,
                  Chao-jung Chen, 
                  Lester Chit-Man Chan
                  Yu Chen, Ya-lei Kuei
Género: Comedia, Drama

11 de noviembre de 2011

Crema de calabaza con frutos secos y guarnición de verduras y jamón

El componente principal de la calabaza es el agua, y como tiene un muy bajo contenido en hidratos de carbono, además de una casi inapreciable cantidad de grasa, resulta un alimento muy apto en caso de dietas de control de peso. Es también buena fuente de fibra y es rica en beta-caroteno, o provitamina A, y vitamina C,  contiene cantidades apreciables de vitamina E y vitaminas del grupo B (B1, B2, B3 y B6). También contiene potasio, fósforo y magnesio,  calcio y una pequeña cantidad de hierro. A la hora de comprarla, recuerde elegir los ejemplares bien maduros y de corteza gruesa y las que sean pesadas en relación con su tamaño, que tengan la piel intacta y que conserven su rabo o pedúnculo, ya que esto evita que la calabaza pierda humedad. Rechace los ejemplares que tengan la piel suave, ya que eso indica que no está lo bastante madura.
La receta que propongo es una variación de la clásica crema a la que, aprovechando su escaso aporte calórico, vamos a enriquecer con frutos secos y una guarnición de verduras y jamón serrano.

Ingredientes para 4 personas.
Para la crema:                                                 Para la guarnición:
800 gramos de calabaza limpia                  Una rama de apio
2 patatas medianas                                         Una zanahoria
Una cebolla                                                       Medio bulbo de hinojo
2 puerros                                                           Medio calabacín mediano
2 hojas de laurel                                               Una cebolleta
3 o 4 clavos de olor                                          2 cucharadas de jamón serrano picado fino
Pimienta
Nuez moscada
Sal
Una cucharada de almendras picadas
Una cucharada de nueces picadas
Una cucharada de avellanas picadas

Lavamos y troceamos las verduras y las hacemos al vapor, poniendo en el agua las hojas de laurel y los clavos de olor. Cuando estén tiernas, las trituramos bien en la batidora y las pasamos por el chino o por un colador, con el fin de obtener una crema suave. Añadimos el agua de la cocción necesaria para obtener la consistencia deseada mezclando bien, salamos y reservamos. Preparamos la guarnición troceando en juliana fina las verduras, que haremos también al vapor procurando que queden al dente. En un mortero machacamos, no demasiado, todos los frutos secos y los reservamos. Llevamos a fuego suave la crema sin dejar que hierva, añadimos la pimienta y la nuez moscada y rectificamos de sal si es necesario. En el centro de un plato hondo ponemos un par de cucharadas de las verduras y media cucharada del picadillo de jamón, mezclamos los frutos secos con la crema y la servimos rodeando la guarnición.

9 de noviembre de 2011

El ilusionista

Sylvain Chomet
Sylvain Chomet, con una muy corta producción (dos largometrajes y un corto más otro corto de apenas 5 minutos en la película colectiva Paris je t’aime) desde 1998, fecha de su  debut cinematográfico con La vieille dame et les pigeons, ha conseguido sorprender agradablemente a crítica y público con El ilusionista, la adaptación de un guión, casi un boceto en realidad, de Jacques Tati. Y  no es de extrañar, porque estamos sin duda ante una pequeña gran obra maestra del cine de animación. 
Este guión, del que se ha dicho que era una carta de amor tardío del director franco-ruso a su hija Sophie, (una especie de expiación por el abandono de sus deberes paterno-filiales), o que era una carta de amor, sí, pero no a Sophie sino a otra hija, Helga Marie-Jeanne Schiel, nunca reconocida por Tati, este guión, digo, narra sobre una pequeña anécdota una conmovedora historia en una oblicua mezcla del mito de Pigmalión y el amor paternal, vagamente contaminado de crepuscular erotismo, entre un viejo ilusionista y una niña escocesa, única persona que parece capaz de creer aún en la magia. La película, dibujada con el estilo típico de Chomet, por completo alejado de las gesticulantes modas digitales, está recorrida, de principio a fin por el humor un poco ingenuo y algo surrealista del cómico Tati, como la secuencia en la que el mago cree estar comiéndose a su conejo guisado, o la actuación del grupo de rock, o las secuencias en el taller de automóviles. Pero también por un cierto hálito de nostalgia, un treno por el fin de un mundo no necesariamente mejor pero al que Tati amaba y en el que había empezado su vida artística: el mundo del cabaret y el music hall. A esa nostalgia colabora en buena medida la elección de las armonías cromáticas (quasi monocromáticas) que es uno los rasgos característicos del cine de Chomet y en este caso uno de sus mejores hallazgos. Chomet y sus ilustradores nos regalan una lección de psicología con la elección de esos colores un poco desvaídos, casi al estilo de las acuarelas, que acentúan la melancolía de toda la historia, melancolía que acabará conformando un final tan punzante como amargo, tan lógico como doloroso. 
Otro de los muchos aciertos de Chomet es dibujar al mago Tatischeff con la inconfundible figura del propio Jacques Tati, su físico un poco desgarbado, sus peculiares movimientos, y sobre todo esa perenne expresión, mezcla de sorpresa y perplejo estoicismo, que es la marca de Tati inmortalizada en el inolvidable M. Hulot al que, por cierto, se homenajea en la secuencia del cine donde se proyecta Mon oncle. Pero es en la elección del lenguaje puramente cinematográfico donde Chomet consuma su personal homenaje, tal como en la elección de planos muy largos, en algún caso de más de un minuto, o el mantener la cámara fija haciendo que sean los personajes quienes se mueven para proporcionar la sensación de profundidad espacial… O el silencio, esa herencia del cine mudo por el que deambulan las sombras de Charlot o Buster Keaton. Silencio subrayado quizá por la música, pero dejando que sea la imagen quien cuente la historia, con el mínimo diálogo necesario, aquí prácticamente inexistente… rasgos todos ellos propios del estilo de Tatí. Y ahí está, claro, en ese lenguaje cinematográficamente perfecto el gran, gran acierto de esta excelente película.
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Ficha:
Título original: L'Illusionniste
Año de producción: 2010
Duración: 75 min.            
País: Francia - Gran Bretaña
Director: Sylvain Chomet
Guión: Jacques Tati
Música:Sylvain Chomet
Fotografía: (Animación)
Reparto: (Animación)
Género: (Animación)